El viaje del hijo prodigo
Había una vez un hombre llamado Don Carlos, que tenía dos hijos: Lucas, el mayor, y Mateo, el menor. Lucas era un joven responsable y trabajador, mientras que Mateo era aventurero y soñador.
Un día, Mateo se acercó a su padre con una solicitud inesperada.
"Papá, quiero que me des la herencia que me corresponde ahora. Quiero vivir mi vida a mi manera" - dijo Mateo.
Don Carlos lo miró con tristeza y le respondió:
"Hijo, la herencia es para el futuro. Te podría servir para construir algo grande, pero si esto es lo que deseas, así lo haré".
Con esa decisión, Don Carlos repartió sus bienes: le dio a Lucas una finca, mientras que Mateo recibió una suma de dinero que lo haría sentir libre para explorar el mundo.
Mateo se fue de casa con grandes sueños y planes.
"Voy a viajar y conocer países lejanos. ¡Voy a ser feliz!" - exclamó emocionado, mientras levantaba su mochila.
Los días fueron pasando, y Mateo conoció a muchas personas, disfrutó de fiestas y derrochó su dinero sin pensar. Compró ropa lujosa, salió a restaurantes caros y se olvidó del trabajo.
Una mañana, al despertar en una cama ajena, se dio cuenta de que su dinero se había esfumado. Una ola de preocupación lo invadió:
"¿Qué haré ahora?" - se preguntó angustiado.
Desesperado, intentó buscar trabajo, pero rápidamente se dio cuenta de que sin experiencia y con el estigma de ser un derrochador, nadie quería darle una oportunidad.
Finalmente, se vio obligado a aceptar trabajos temporales muy mal remunerados. Los días se convirtieron en semanas, y pronto no le quedó más que un lugar en la calle donde dormir.
Mientras tanto, Lucas, el hermano mayor, había estado trabajando en la finca, cuidando de las plantas y animales. Un día, mientras disfrutaba de un descanso, decidió que tenía que ayudar a su hermano.
"No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Mateo pasa por esto" - pensó Lucas y decidió ir a buscarlo.
Cuando Lucas encontró a Mateo, estaba sentado en un rincón de la plaza, con ropa sucia y la mirada perdida.
"Mateo, ¡hermano! ¿Qué te pasó?" - exclamó Lucas, preocupado.
"No sé, Lucas. Solo quería vivir a lo grande y ahora estoy aquí, sin nada" - respondió Mateo con tristeza.
Lucas lo miró con compasión y le dijo:
"No te preocupes, a todos nos pasa aprender lecciones en la vida. Vuelve a casa conmigo, trabajemos juntos. Siempre podemos empezar de nuevo".
Mateo se sintió aliviado. Por fin, se dio cuenta de que había estado buscando felicidad en lugares equivocados. Sin dudarlo, aceptó la propuesta de su hermano y juntos regresaron a la finca.
Día tras día, los hermanos trabajaron codo a codo. Don Carlos estaba muy orgulloso de ver a sus hijos juntos, aprendiendo de sus errores y apoyándose mutuamente.
"Siempre hay una nueva oportunidad, Mateo. Lo importante es aprender de lo que pasó" - le dijo su padre mientras los veía trabajar.
Con el tiempo, Mateo se volvió un joven sabio y trabajador. Aprendió el valor del esfuerzo, la familia y la responsabilidad. La finca prosperó gracias a la dedicación de ambos hermanos.
Así, Mateo transformó su vida y, aunque había caído en el derroche, se dio cuenta de que lo más valioso no eran las riquezas, sino el amor y el apoyo de su familia.
"Gracias, Lucas. Sin vos, no sé qué habría hecho" - le dijo Mateo un día, abrazándolo.
"Y gracias a vos, Mateo. Nos hiciste crecer a todos. Ahora tenemos un futuro brillante juntos" - respondió el mayor, sonriendo.
Y así, juntos, construyeron no solo su hogar, sino también un nuevo camino lleno de aprendizajes, triunfos y, sobre todo, amor fraternal. Desde entonces, Mateo siempre contaba su historia, no solo como un recordatorio de su pasado, sino como una lección para quienes los rodeaban: el valor de tomar buenas decisiones y el poder de la familia para sobreponerse a cualquier adversidad.
FIN.