El viaje del Padre Damián
Había una vez un hombre muy bondadoso llamado el Padre Damián, que vivía hace mucho, mucho tiempo. Él venía desde un país llamado Bélgica. Dedicaba su vida a ayudar a los demás, viajando de pueblo en pueblo, extendiendo su mano a quienes más lo necesitaban.
Un día, decidió emprender un viaje a un pequeño pueblo llamado San Alejo, que estaba muy alejado y rodeado de montañas. Se decía que en San Alejo, sus habitantes estaban muy tristes porque su única fuente de agua se había secado. Esto hizo que el Padre Damián sintiera un gran deseo de ayudar.
Mientras caminaba por el sendero que llevaba a San Alejo, se encontró con un anciano que se llamaba Don Emilio.
- “¿A dónde vas, joven? ” - preguntó Don Emilio, con curiosidad.
- “Voy a San Alejo para ayudar a sus habitantes. He escuchado que necesitan agua”, respondió el Padre Damián con una sonrisa luminosa.
Don Emilio lo miró con ojos preocupados.
- “El camino está lleno de desafíos. No será fácil”, advirtió.
- “Pero nada es imposible si hay buena voluntad”, dijo el padre, con optimismo.
El anciano decidió acompañarlo, sin saber exactamente cómo ayudar, pero queriendo ser parte de esa misión. Juntos, se aventuraron por senderos rocosos y cruzaron ríos caudalosos. En el camino, se encontraron con diferentes vicisitudes: un perro perdido que los siguió, unas flores que nunca antes habían visto y hasta una tormenta que los sorprendió. Sin embargo, el Padre Damián siempre se mantenía positivo.
Finalmente, llegaron a San Alejo. Los habitantes estaban desanimados, pues habían perdido la esperanza de encontrar agua.
El Padre Damián se presentó ante ellos:
- “¡Hola, vecinos! Soy el Padre Damián y he venido a ayudarles a encontrar agua.”
La gente lo miró con escepticismo.
- “¿Cómo puedes ayudarnos? No queda nada más que tierra seca aquí”, dijo una mujer de cabello gris.
Sin dejarse vencer, el Padre Damián empezó a elaborar un plan. Propuso cavar en diferentes partes del pueblo, buscando un manantial de agua.
Durante días trabajaron juntos, los habitantes cavando mientras él les contaba historias sobre su país y sobre cómo había logrado hacer que otros pueblos florecieran. Fue así como, entre risas y algunas dificultades, el pueblo comenzó a reencontrarse con la alegría.
Un día, mientras cavaban, se hizo un silencio repentino.
- “¡Padre, creo que hemos encontrado algo! ” - gritó un niño emocionado.
Todos rodearon al niño y comenzaron a cavar con más entusiasmo. De repente, el agua comenzó a brotar de la tierra, fresca y cristalina.
La alegría invadió el pueblo.
- “¡Lo logramos! ¡Tenemos agua! ” - gritaron todos al unísono.
El Padre Damián sonrió, viendo cómo las risas y los abrazos llenaban el aire.
- “Recuerden, amigos, que siempre hay que mantener la esperanza, incluso cuando parece que todo está perdido”, les recordó.
Los habitantes decidieron hacer una gran fiesta para celebrar su nuevo manantial, donde invitaron al Padre Damián como el huésped de honor. Durante la fiesta, bailaron, comieron y compartieron risas. Y el Padre Damián, muy contento, se sintió parte de esa familia.
Después de unos días, el Padre Damián tuvo que irse, pero no sin antes dejar a todos con un consejo:
- “Cuídense mutuamente, y nunca dejen de trabajar juntos en cualquier desafío que enfrenten.”
Así, el Padre Damián se despidió del pueblo de San Alejo con la promesa de volver algún día. Con su corazón lleno de alegría, regresó a casa, sabiendo que había hecho una diferencia en la vida de aquellos habitantes.
Y así, con cada paso que daba, llevaba consigo el amor y la unidad que había sembrado en San Alejo, convirtiéndose en un verdadero embajador de esperanza para todos.
FIN.