El Viaje del Pez Azul



Había una vez un pequeño pez llamado Azulito que vivía en una pecera. Azulito era un pez muy curioso, siempre mirando por el cristal y preguntándose qué habría más allá de su hogar. A menudo veía sombras y luces fuera de la pecera, y su imaginación volaba alto con las historias que se contaba a sí mismo.

Un día, Azulito se acercó a su amigo el pez naranja, quien también vivía en la misma pecera.

"¡Oye, Naranjín! ¿Alguna vez te has preguntado qué hay fuera de esta pecera?" - preguntó Azulito.

"No, a mí me gusta aquí. El agua es fresca y siempre nos dan comida", - respondió Naranjín, nadando en círculos.

Pero Azulito no podía dejar de pensar en el mundo exterior. A la noche, soñaba con grandes océanos, corales de colores y bancos de peces que nadaban juntos. Así que un día decidió que tenía que hacer algo al respecto.

"Voy a aventurarme fuera de la pecera" - anunció Azulito a su amigo.

"¡Estás loco!" - exclamó Naranjín. "Es peligroso y no sé si será tan divertido como crees".

A pesar de las advertencias de Naranjín, Azulito estaba decidido. Así que, aprovechando que su dueña había dejado la tapa de la pecera entreabierta, dio un salto emocionante y salió al mundo exterior.

Cayó suavemente en un pequeño balde de agua que había en el suelo. Azulito nadó alrededor con alegría.

"¡Mirá, Naranjín! ¡Estoy en el agua más grande que he visto!" - gritó él con entusiasmo, aunque Naranjín solo podía observar desde dentro de la pecera.

Pero pronto Azulito se dio cuenta de que el balde no era un océano. Se sentía confinado, como si fuera simplemente otra pecera. Entonces, decidió saltar de nuevo y buscar más aventuras. Sin embargo, mientras intentaba encontrar otra salida, se cayó en una pequeña piscina en el patio.

"¡Ya estoy en el agua!" - grito Azulito una vez más, pero esta vez en la piscina, se dio cuenta de que estaba rodeado de niños jugando.

Los niños lo vieron y se acercaron rápidamente.

"¡Miren, un pez azul!" - gritó una niña mientras su hermano la seguía con entusiasmo.

Llenos de alegría, empezaron a jugar con Azulito, pero él pronto se sintió un poco asustado. En lugar de sentir la libertad que había esperado, se encontró atrapado entre manos infantiles que trataban de tocarlo. Azulito nadó rápido, decidido a encontrar un espacio donde pudiera descansar.

Justo cuando comenzó a desesperarse, escuchó un suave susurro.

"No te asustes, pequeño. Busca el rincón más tranquilo de la piscina", - le dijo una rana que estaba descansando en el borde.

Azulito siguió el consejo de la rana y nadó hacia un rincón apartado. Allí pudo respirar y reflexionar sobre su situación.

"¿Tal vez este no es el lugar que imaginé?" - murmuró, con cierta tristeza.

En ese momento, se dio cuenta de que a veces lo desconocido puede ser emocionante, pero también puede ser confuso y aterrador. Finalmente, entendió que su hogar en la pecera tenía su propio encanto. Aunque era un lugar limitado, también estaba lleno de cariño y seguridad.

Decidió que volvería a casa. Con un salto ágil, Azulito se deslizó de vuelta al balde y, utilizando un poco de esfuerzo, saltó de nuevo a su pecera.

"¡Naranjín! Volví!" - exclamó emocionado.

"¿Y cómo fue la aventura?" - preguntó Naranjín, curioso.

"Fue increíble y aterradora a la vez. Pero aprendí que hay mucha belleza en lo que uno ya tiene" - reflexionó Azulito.

"Te lo dije, a veces es más seguro quedarnos aquí, y disfrutar de nuestro hogar", - dijo Naranjín satisfecho.

A partir de ese día, Azulito disfrutó mucho más de su vida en la pecera. Ya no deseaba lo que no conocía, sino que aprendió a disfrutar de cada rincón de su hogar.

"Mirá, Naranjín, podemos hacer burbujas de aire, bailar entre las plantas y ver los hermosos reflejos del sol en el agua. ¡Es nuestro pequeño mundo!" - dijo Azulito feliz.

Desde entonces, Azulito compartió sus aventuras imaginarias con Naranjín y ambos se convirtieron en grandes amigos, explorando juntos los misterios y bellezas de su pecera como nunca lo habían hecho antes. Y así, aprendieron que no siempre hay que salir de casa para encontrar maravillas, a veces, basta con mirar con los ojos del corazón.

FIN.

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