El viaje del pinzón azul hacia la isla de San Borondón



En un día soleado, el pinzón azul decidió emprender un emocionante viaje por las hermosas Islas Canarias en busca de la misteriosa isla de San Borondón.

Con sus alas azules brillantes y su curiosidad infinita, se lanzó a la aventura sin pensarlo dos veces. El primer destino del pinzón fue la isla de El Hierro, donde conoció a una simpática familia de lagartos canarios que le contaron leyendas sobre San Borondón.

"- ¿Sabías que en San Borondón hay tesoros escondidos y criaturas mágicas?", le dijo el lagarto mayor con entusiasmo. El pinzón azul no pudo contener su emoción y decidió seguir volando hacia La Gomera.

En La Gomera, el pinzón conoció a un grupo de delfines juguetones que lo invitaron a nadar en aguas cristalinas y le revelaron que San Borondón solo aparecía para aquellos con corazones valientes y puros.

"- ¡Entonces tengo que encontrarla!", exclamó el pinzón decidido antes de partir hacia La Palma. En La Palma, el pinzón se encontró con una colonia de simpáticos murciélagos que le advirtieron sobre los peligros del mar embravecido que rodeaba la isla de San Borondón.

Pero el intrépido pajarito azul no se amilanó y siguió su travesía hacia Tenerife. En Tenerife, el pinzón azul se topó con una tortuga centenaria sabia y paciente que lo guió en meditación para conectar con su interior y encontrar así el camino correcto hacia San Borondón.

Tras una profunda reflexión, el ave comprendió que debía buscar en su corazón la verdadera razón por la cual anhelaba descubrir esa isla perdida.

Lleno de determinación, el pinzón azul retomó su vuelo hacia Gran Canaria, donde finalmente divisó a lo lejos una tierra misteriosa emergiendo del océano: era San Borondón.

Al posarse en aquella tierra desconocida, fue recibido por seres luminosos y alados que le revelaron que San Borondón representaba la búsqueda constante del conocimiento interior y la conexión con la naturaleza misma. Con lágrimas de felicidad en sus ojitos brillantes, el pinzón azul entendió entonces que no era necesario encontrar físicamente la isla de San Borondón, ya que esta habitaba dentro de él desde siempre.

Agradecido por todas las enseñanzas recibidas durante su viaje, emprendió el regreso a casa llevando consigo un tesoro invaluable: la sabiduría del camino recorrido y la certeza de que las respuestas más importantes están siempre dentro nuestro.

FIN.

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