El Viaje Empático de Lila y Tomás
En un colorido pueblo llamado Arcoíris, donde el sol siempre brillaba y los árboles florecían, vivían dos amigos inseparables: Lila, una niña curiosa y llena de energía, y Tomás, un niño soñador que disfrutaba dibujar. Sin embargo, había una cosa que a veces los separaba: la falta de empatía.
Un día, mientras jugaban en el parque, Lila notó que Tomás estaba callado y pensativo.
"¿Qué te pasa, Tomás?" -preguntó Lila, moviendo su cabello rizado con entusiasmo.
"No sé, Lila. Hoy no me siento muy bien, creo que no puedo dibujar" -respondió Tomás, mirando hacia el suelo.
Lila, sin entender del todo, solo sonrió y volvió a jugar. No sabía que Tomás había tenido un mal día en casa y que se sentía triste. Al ver su falta de interés, Tomás se sintió aún más solo,
Al día siguiente, Lila decidió que debía hacer algo especial por su amigo. Fue a la plaza y compró un hermoso cuaderno de dibujos, pensando que eso podría alegrar a Tomás.
"Mirá lo que traigo, un cuaderno nuevo para que dibujes cosas divinas" -exclamó Lila con una sonrisa.
Tomás, aunque agradecido, sintió que su tristeza no desaparecía. Entonces, Lila tuvo una idea brillante.
"¿Y si hacemos un viaje?" -proponiendo saltando de emoción.
Tomás la miró confundido.
"¿Un viaje? ¿Dónde?" -preguntó.
"A un lugar donde aprenderemos sobre la empatía. He escuchado que hay un árbol mágico que puede ayudarnos a entender lo que sienten los demás" -dijo Lila.
Intrigado, Tomás decidió acompañarla, aunque todavía sentía que su tristeza era un peso en su corazón. Juntos, se adentraron en el Bosque de los Sentidos, donde cada arbusto mostraba una emoción diferente.
Mientras caminaban, se encontraron con un zorro que parecía angustiado.
"¿Qué te pasa, zorrito?" -preguntó Lila.
"Estoy buscando mi hogar, me perdí y no sé cómo volver" -respondió el zorro entre sollozos.
Tomás se sintió conectado con el zorro.
"Yo también me siento perdido a veces, como hoy" -admitió.
Lila, comprendiendo el momento, dijo:
"Podemos ayudarte a encontrar tu hogar. Debemos escuchar tus indicaciones".
Y así, siguiendo las pistas del zorro, comenzaron a caminar. Por cada rincón que pasaban, Lila y Tomás se dieron cuenta de que cada criatura que encontraban tenía su propia historia. Un pájaro que lloraba por no haber podido enseñar a sus polluelos a volar, o una tortuga que movía lenta porque había olvidado dónde estaba su charco preferido.
Mientras ayudaban a las diferentes criaturas, Tomás empezó a sentir una calidez en su pecho, como si su tristeza se estuviera desvaneciendo. Comenzó a comprender que entender el dolor de los demás podía ayudarle a sentir alegría.
Finalmente, llegaron al árbol mágico, que tenía un tronco ancho y hojas brillantes.
"Hola, pequeños aventureros, ¿qué buscan en mi reino?" -preguntó el árbol con una voz suave.
"Queremos aprender sobre la empatía, pero no sabemos cómo" -respondió Lila.
El árbol sonrió y soltó una lluvia de brillantes hojas de colores.
"La empatía comienza por escuchar y tratar de ponernos en el lugar del otro. Ahora, tomad una hoja y compartan lo que han aprendido" -dijo el árbol.
Tomás tomó una hoja y, recordando todas las historias que habían escuchado en el camino, dijo:
"Hoy entendí que mientras esté triste, hay muchos otros que también sienten dolor. Si nos ayudamos, todos podremos ser felices juntos".
Lila asintió.
"Y que siempre es bueno preguntar y escuchar a los demás, porque a veces, sólo necesitan un poco de nuestro amor".
Con cada palabra, el árbol emitió una suave luz, llenándolos de alegría. Al regresar al pueblo, Lila y Tomás decidieron compartir lo que aprendieron.
"Vamos a ayudar a los demás cada día, desde escuchar a un amigo hasta ayudar a quien lo necesite. Ser amigables y empáticos, como el árbol" -dijo Lila con entusiasmo.
Y así, desde ese día, Lila y Tomás se convirtieron en los guardianes de la empatía en Arcoíris.
Cada mañana, empezaron a preguntar a sus amigos cómo estaban y a escuchar sus historias. El pueblo se llenó de risas y sonrisas.
"Gracias por ayudar a todos a ser felices", les decía la gente.
Y Tomás, sintiéndose más ligero que nunca, comprendió que al dar amor y apoyo a los demás, su propia tristeza se desvanecía, dejando espacio para la felicidad. Así, cada día fue una nueva aventura de comprender y sentir las emociones de quienes los rodeaban.
Y así, tanto Lila como Tomás aprendieron que la empatía no solo mejora la vida de los demás, sino también la propia. Fin.
FIN.