El viaje eterno de la felicidad



Había una vez un parque de diversiones llamado Felicilandia. Este lugar mágico estaba lleno de coloridas atracciones y risas contagiosas.

Pero lo que hacía a Felicilandia especial era que no importaba la edad que tuvieras, siempre podías ser feliz. En ese maravilloso lugar vivía Don Ernesto, un hombre mayor con el corazón lleno de ilusiones y energía juvenil. A pesar de sus arrugas y cabello blanco, su espíritu seguía siendo tan joven como el de un niño.

Don Ernesto tenía dos hijos, Martín y Sofía, quienes se habían convertido en adultos serios y preocupados por los problemas del mundo.

Cada vez que visitaban a su padre en Felicilandia, se sorprendían al verlo correr por todas partes, subirse a las montañas rusas y disfrutar como si fuera un chiquillo. Un día soleado, Martín le preguntó curioso a su padre: "Papá, ¿cómo haces para ser tan feliz todo el tiempo?".

Don Ernesto sonrió tiernamente y respondió: "Hijo mío, la felicidad no tiene fecha de vencimiento. Siempre podemos mantener nuestro niño interior vivo". Martín quedó pensativo ante estas palabras mientras Sofía escuchaba atentamente. Juntos decidieron descubrir cómo recuperar esa alegría perdida en sus vidas adultas.

Así comenzaron a explorar cada rincón de Felicilandia junto a Don Ernesto. Se subieron al carrusel, lanzaron monedas al estanque de los deseos y saborearon algodón de azúcar hasta quedar con las bocas llenas de dulzura.

Pero el verdadero giro de la historia sucedió cuando encontraron una montaña rusa llamada "El Viaje del Recuerdo". Esta atracción especial les permitía viajar en el tiempo y revivir momentos felices de su infancia.

Martín fue el primero en subirse a la montaña rusa. A medida que avanzaba por las curvas y giros, se vio transportado a su cumpleaños número siete. Recordó cómo reía sin parar mientras jugaba con sus amigos en un jardín lleno de globos y juegos divertidos.

Sofía también decidió probar la experiencia. Mientras volaba por los aires, fue llevada a un día soleado en la playa junto a sus padres.

Sentía la arena entre sus dedos y escuchaba las risas de su padre al construir castillos de arena. Cuando Don Ernesto llegó al final del recorrido, no pudo contener las lágrimas de alegría al recordar cada momento feliz junto a sus hijos cuando eran pequeños.

Al bajarse de "El Viaje del Recuerdo", Martín, Sofía y Don Ernesto se miraron con los ojos brillantes. Habían descubierto que para ser feliz no necesitaban ser niños nuevamente, simplemente debían mantener vivo ese niño interior que todos llevamos dentro.

Desde ese día, Martín y Sofía comenzaron a abrazar su lado más lúdico. Juntos disfrutaban del arte, jugaban como niños e incluso organizaban fiestas temáticas donde todos vestían disfraces extravagantes.

Don Ernesto sonreía desde lo más profundo de su corazón al ver cómo sus hijos habían recuperado la chispa de la felicidad. Felicilandia había dejado una huella imborrable en sus vidas, recordándoles que siempre podemos ser jóvenes en espíritu sin importar nuestra edad.

Y así, Don Ernesto y su familia vivieron felices para siempre, manteniendo el niño interior vivo y compartiendo risas eternas en el mágico parque de diversiones llamado Felicilandia. Fin.

FIN.

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