El viaje interior de Ana Pulga



Había una vez en un bosque encantado, una pequeña pulga llamada Ana Pulga. Ella vivía en lo alto de un árbol violeta, donde cada hoja era como un pétalo brillante.

Ana Pulga siempre llevaba unas antenitas de abejita en su cabeza que le daban un aspecto adorable y curioso. A pesar de ser muy tierna, Ana Pulga era también bastante temerosa.

Pero un día, mientras observaba a las mariposas revolotear entre las flores del bosque, sintió una profunda inquietud en su corazón. Se propuso entonces emprender un viaje para descubrir quién había sido su creador y conocer más sobre el mundo que la rodeaba.

Decidida a cumplir su misión, Ana Pulga se aventuró fuera de su acogedor hogar en el árbol violeta y comenzó a explorar los rincones más remotos del bosque.

En su camino se encontró con simpáticos animalitos como el conejito saltarín y la ardilla parlanchina, quienes le brindaron consejos y palabras de aliento. "¡Hola amiguitos! ¿Han visto por aquí a alguien que pueda decirme quién es mi creador?" -preguntaba Ana Pulga con timidez pero determinación.

"No hemos visto a nadie así por estos lares, pero dicen que en las profundidades del río vive Don Tortugo Sabio, quien sabe muchas cosas" -respondió el conejito saltarín con entusiasmo. Animada por esta nueva pista, Ana Pulga se dirigió hacia el río cristalino donde se sumergió valientemente hasta llegar al fondo.

Allí encontró a Don Tortugo Sabio reposando plácidamente sobre una roca soleada. "Buen día Don Tortugo, soy Ana Pulga y estoy buscando a mi creador. ¿Podría usted ayudarme?" -preguntó con respeto la pequeña pulguita.

El anciano tortuga abrió lentamente sus ojos sabios y miró fijamente a Ana Pulga. "Pequeña criatura, tu creador es aquel que te dio vida y te llenó de amor para explorar este mundo maravilloso. No necesitas buscar más allá de tu propio corazón para encontrarlo".

Las palabras del sabio tortuga resonaron hondo en el alma de Ana Pulga. Comprendió entonces que no importaba quién la hubiera creado físicamente; lo importante era disfrutar cada momento y aprender de las experiencias que la vida le ofrecía.

Con renovado vigor, Ana Pulga continuó su travesía hacia lo desconocido.

Escaló montañas nevadas donde jugó con pingüinos risueños e incluso descendió hasta el fondo del mar donde bailó con peces multicolores bajo la luz brillante del sol filtrándose entre las olas. Al final de su viaje épico, cuando regresaba cansada pero llena de alegría a su hogar en el árbol violeta, comprendió que no hay límites para los sueños ni fronteras para la imaginación.

Descubrió que el mayor poder reside dentro de uno mismo: el poder del amor propio y la valentía para enfrentar cualquier desafío.

Y así fue como Ana Pulga aprendió una gran lección: no importa cuán pequeños o temerosos nos sintamos, siempre podemos lograr grandes cosas si confiamos en nosotros mismos y seguimos adelante con determinación y bondad en nuestro corazón.

FIN.

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