El Viaje Mágico de Don Amargo
Era la víspera de Navidad en un pequeño pueblo de Argentina. Las luces brillaban con alegría, y los niños jugaban con entusiasmo en la nieve. Pero en una casa alejada, Don Amargo, un señor de rostro fruncido y mirada severa, miraba por la ventana con desdén.
- ¡Bah! -gruñó Don Amargo- ¿Qué tanta felicidad? La Navidad es una pérdida de tiempo.
A medida que la noche avanzaba, Don Amargo escuchó un retumbar en el cielo. Se asomó y vio un trineo cargado de regalos, tirado por renos que brillaban como estrellas. Era Santa Claus.
- ¡Ho, ho, ho! -exclamó Santa- ¡Necesito tu ayuda, Don Amargo! Mis duendes están enredados en cintas y no puedo entregar todos los regalos solo.
- ¡Pero yo no tengo tiempo para esto! -protestó Don Amargo.
- Solo será por esta noche, y al final te prometo que vas a arrepentirte de no haber disfrutado de la Navidad -dijo Santa con una sonrisa.
Don Amargo, intrigado por la promesa de Santa, aceptó a regañadientes. Antes de darse cuenta, estaba en el trineo, sintiendo el viento helado en su rostro mientras volaban por los cielos.
Su primera parada fue en la casa de una familia humilde. Las luces bailaban en su pequeña casa, y los niños esperaban ansiosos. Santa abrió el saco de regalos y comenzó a repartirles: juguetes, ropa, dulces. Don Amargo se quedó boquiabierto al ver la felicidad en los rostros de los niños.
- ¡Mirá, Santa! -dijo uno de los niños- ¡Un tren de juguete!
- ¡Gracias, Santa, sos el mejor! -gritó otro mientras abrazaba su regalo.
- Esta es solo una pequeña muestra de la alegría que la Navidad puede traer -comentó Santa mientras Don Amargo observaba.
Al llegar a la siguiente casa, Don Amargo notó que la familia estaba sentada alrededor de una mesa llena de comida, pero sin regalos. La niña más pequeña, con un dulce en la mano, dijo:
- Lo más importante es que estamos juntos.
- ¡Eso es lo que importa! -aseguró su madre- La Navidad es amor y unión.
A medida que pasaba el tiempo, Don Amargo comenzó a notar detalles que antes le habían pasado desapercibidos: la emoción de los niños, el vínculo familiar, el espíritu de generosidad que llenaba el aire.
- No puedo creerlo -dijo, con la voz entrecortada- He estado tan ciego por mi amargura.
Finalmente, después de un largo recorrido, Santa llevó a Don Amargo de regreso a su hogar.
- Recuerda, amigo, la Navidad no es solo un día; es un sentimiento que debemos llevar en el corazón todo el año -dijo Santa mientras acomodaba su gorro.
- Gracias, Santa. He aprendido que la verdadera Navidad está en dar, en compartir, en disfrutar de los momentos con los que amamos -respondió Don Amargo, ahora con una sonrisa en el rostro.
Desde aquel día, Don Amargo dejó de ser el señor amargado del pueblo. Cada Navidad, se unía a los niños para repartir regalos y organizar fiestas en la plaza. Su casa, que antes había estado sola y apagada, se llenó de risas y alegría.
Y así, Don Amargo descubrió que la verdadera magia de la Navidad no estaba en los regalos, sino en el amor y la felicidad que se compartían. Y cada año, recordaba la noche mágica en que su vida cambió para siempre, gracias a un viaje con Santa Claus.
FIN.