El Viaje Mágico de la Guagua Musical



En un pintoresco pueblo de Argentina llamado Sonrisas, los días eran siempre alegres y llenos de colores. En este pueblo, había una guagua (autobús) mágica que hacía chichorreo (sonido alegre) al moverse, gracias a la música que sonaba de su motor. La guagua se llamaba Melodía y estaba decorada con brillantes pegatinas y dibujos de notas musicales. Todos los niños del pueblo esperaban ansiosos el momento en que Melodía parara en la plaza para llevarlos a increíbles aventuras.

Un día, Melodía anunció que iba a llevar a los niños a otra localidad, llamada Rítmico, donde encontrarían una neverita mágica, que guardaba todos los sabores del mundo. La noticia corrió rápidamente por el pueblo.

- ¡Vamos, chicos! - gritó Lila, la más inquieta del grupo, con una gran sonrisa. - ¡No nos podemos perder eso!

- Pero, ¿qué hay en Rítmico? - preguntó Tomás, un chico más tímido.

- ¡Solo hay una manera de descubrirlo! - respondió Lila mientras corría a subir a Melodía.

Todos los niños saltaron dentro de la guagua, y Melodía comenzó su viaje. Durante el trayecto, la música que brotaba de ella llenaba el aire con una energía contagiosa. Las risas de los niños resonaban como ecos, mientras se balanceaban al ritmo del chichorreo.

Al llegar a Rítmico, los niños quedaron maravillados. Las casas eran de colores brillantes y había una gran feria de sabores. En el centro del pueblo, imponente y radiante, estaba la neverita mágica. La neverita tenía la peculiaridad de que, al abrirla, emanaban olores deliciosos de todos los rincones del mundo.

- ¡Miren eso! - exclamó Tomás, con sus ojos brillantes.

- ¡Vamos a abrirla! - propuso Lila, emocionada.

Los niños se acercaron con cuidado y, al abrir la puerta, descubrieron que la neverita tenía tres compartimentos. Cada compartimento representaba un continente: América, Europa y Asia. Lo sorprendente era que encontrando un sabor de cada continente, podrían ganar un premio especial.

- Primero voy a sacar un helado de dulce de leche de América - dijo Lila, mientras se llenaba la boca de sabor.

- Yo voy a probar un croissant de Europa - agregó Tomás, que sentía cómo la masa crujía en su boca.

- Y yo quiero sushi de Asia - sentenció Juani, el más aventurero del grupo.

Cada vez que un niño degustaba uno de estos sabores, la neverita explotaba en una sinfonía de luces y melodías. Pero, de repente, la neverita comenzó a temblar y, con un susurro, les dijo:

- Para ganar el premio especial, tienen que compartir lo que han probado.

Los niños se miraron entre ellos, confusos.

- Pero, ¿por qué tendríamos que compartir si cada uno ya tiene su sabor? - preguntó Tomás.

- Porque los sabores solo saben mejor cuando los compartimos - respondió la neverita.

Los niños comprendieron la importante lección. Se reunieron y empezaron a probar los sabores de los demás. Al hacerlo, cada bocado se transformó en una fiesta de colores y risas.

Cuando todos terminaron de compartir, la neverita cobró vida y una lluvia de confeti los envolvió, mientras proclamaba:

- ¡Han aprendido la magia de compartir! ¡Por favor, tomen su premio!

Los niños recibieron una bolsa repleta de dulces de todo el mundo.

- ¡Gracias, neverita! - gritaron todos juntos.

Melodía los estaba esperando para llevarlos de vuelta al pueblo de Sonrisas. Con el corazón lleno y la panza contenta, todos se subieron a la guagua y, mientras regresaban, la música sonaba más fuerte que nunca.

- ¡Qué aventura tan maravillosa! - gritó Lila.

- Sí, y lo mejor de todo es que aprendimos que compartir es lo más importante - añadió Tomás.

Y así, la guagua Melodía volvió a Sonrisas, donde los niños disfrutaron de una tarde repleta de risas. Desde entonces, la neverita y Melodía se convirtieron en leyendas del pueblo. Cada vez que se escuchaba el chichorreo de la guagua, los niños sabían que era momento de una nueva aventura.

FIN.

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