El Viaje Mágico de la Princesa Isabela



Había una vez, en un hermoso reino llamado Florilandia, una princesa llamada Isabela. Era una niña curiosa y llena de sueños. Todos los días, Isabela pasaba horas en el jardín del castillo, admirando las flores de todos los colores que allí crecían. Un día, escuchó a sus padres, el rey Luis y la reina María, hablar sobre una flor muy especial que crecía en la cima de la montaña del Dragón. Esta flor, llamada 'Luz del Atardecer', era única y se decía que traía alegría y esperanza a quienes la encontraban.

"- ¡Quiero ir a buscarla!" exclamó Isabela con entusiasmo.

"- Es un viaje peligroso, hija", dijo el rey Luis con preocupación.

"- Pero necesito esa flor para compartir su magia con nuestro reino", insistió Isabela.

La reina María miró a su hija y, después de un momento de reflexión, decidió apoyarla. "- Si vas, debes ir bien preparada. Llevarás una mochila con provisiones y un mapa. Además, tendrás que buscar un compañero de viaje."

Y así, la princesa Isabela comenzó su aventura. Al día siguiente, se despidió de sus padres y se adentró en el bosque que conducía a la montaña del Dragón. Mientras caminaba, se encontró con un pequeño zorro llamado Rufi.

"- Hola, pequeña princesa. ¿A dónde vas con tanta prisa?" preguntó Rufi, moviendo su cola con curiosidad.

"- Estoy en busca de la Luz del Atardecer. ¿Quieres acompañarme?" propuso Isabela.

"- ¡Claro que sí! Me encantaría!" respondió Rufi emocionado.

Los dos nuevos amigos continuaron su camino, compartiendo historias y risas. Pero pronto se encontraron ante un estrecho puente de madera que cruzaba un río caudaloso.

"- No sé si podamos cruzar este puente, parece muy inestable", dijo Isabela, mirando con preocupación.

"- Tal vez podamos ayudarlo", sugirió Rufi. "Podemos recolectar ramas y piedras para reforzarlo."

Después de un rato, lograron hacer el puente más seguro y cruzaron juntos, llenos de alegría por su ingenio.

Continuaron su viaje hasta que llegaron a un claro. Allí se encontraron con un grupo de criaturas mágicas: un hada, un unicornio y un gnomo.

"- ¿Qué hacen ustedes aquí!" preguntó el hada con una voz melodiosa.

"- Vamos a buscar la Luz del Atardecer", les explicó Isabela.

"- Es un viaje arduo! Pero podemos ayudarlos", ofreció el gnomo. "¡Sigan al unicornio, él conoce el camino secreto!".

El unicornio, con su brillo radiante, guió al grupo hacia una cueva oculta entre las rocas.

"- Debemos tener cuidado, dentro de esta cueva vive el dragón guardián de la flor!" advirtió el unicornio.

"- ¿Un dragón? Pensé que sería amistoso", dijo Rufi, un poco asustado.

"- Tal vez no sea tan malo. La flor es preciosa y él sólo la protege. Yo tengo una idea", dijo Isabela. "¡Podemos cantarle una canción! Si le hacemos sentir que venimos en son de paz, tal vez nos deje acercarnos!".

Todos estuvieron de acuerdo y se prepararon para cantar una canción sobre la amistad y la valentía. Al escuchar sus dulces voces, el dragón se acercó.

"- ¿Qué quieren de mí?" preguntó el dragón con un tono grave.

"- Somos amigos que venimos en busca de la Luz del Atardecer. Solo queremos compartir su belleza con nuestro reino", explicó Isabela.

"- Hmm, no suelo dejar que nadie se acerque a la flor, pero me gustó su canción. ¡Pueden pasar!".

Con un gesto de su cola, el dragón les dejó pasar. Delante de ellos, la Luz del Atardecer brillaba radiante. Isabela se acercó y la tocó.

"- ¡Es hermosa!" exclamó Isabela. Y así, con el corazón lleno de gratitud, llevó la flor con ellas, prometiendo cuidarla siempre.

"- Gracias, querido dragón", dijo Isabela.

"- Cuídala, es muy especial", respondió el dragón con una amable sonrisa.

Isabela, Rufi, y los nuevos amigos regresaron al castillo. Cuando la princesa llegó, el rey Luis y la reina María la recibieron con abrazos emocionados. La flor trajo alegría al reino, y todos aprendieron que la amistad, la valentía, y trabajar juntos podían superar cualquier desafío.

Desde ese día, el jardín del castillo brilló con la Luz del Atardecer, un recordatorio de que los sueños se pueden hacer realidad, siempre que uno tenga el valor para perseguirlos.

FIN.

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