El Viaje Mágico de Tomás



Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en una pequeña granja rodeada de campos verdes y montañas. Cuando cumplió siete años, su vida era muy diferente a la de otros chicos de su edad. Tomás, siendo el menor y el único varón de su familia, ayudaba a su papá a cuidar del ganado cada mañana antes de ir a la escuela.

Un día, mientras sacaba el ganado, su papá le dijo:

"Tomás, hoy será un día especial. Te he preparado una mochila con algunas sorpresas para que lleves a la escuela."

Tomás, emocionado, respondió:

"¡Gracias, papá! ¿Qué hay en la mochila?"

"Es un secreto, pero estoy seguro de que te va a gustar. Ahora corre, que se te hará tarde para ir a la escuela."

Tomás se despidió de su papá, tomó su mochila y empezó su camino hacia la escuela. En el camino, siempre encontraba alegría en ver a los animales y la naturaleza. Ese día, sin embargo, algo extraño sucedió. Al pasar por un viejo árbol, escuchó un suave susurro.

"¡Hola, pequeño amigo!"

Tomás miró hacia arriba y vio a un pájaro colorido.

"¿Eres tú quien me habla?"

"Sí, soy Pipo. ¿Vas a la escuela?"

"¡Sí! Pero hoy tengo una mochila misteriosa."

Pipo, curioso, se acercó más.

"¿Puedo ver?"

Tomás abrió la mochila y encontró un cuaderno, algunos lápices y un libro de cuentos.

"¡Mirá lo que hay!"

"¡Qué bonito! Pero falta algo..."

"¿Qué podría faltar?"

"¡Un poco de magia!"

Tomás pensó que eso sonaba divertido.

"¿Cómo se coloca magia en una mochila?"

Pipo hizo un giro en el aire.

"A veces, la magia está en los momentos. Si compartís, ¡harás tu propio hechizo!"

Intrigado, Tomás decidió llevar el cuaderno y el libro a la escuela para compartir con sus amigos. En la hora del recreo, se sentó con sus compañeros y les mostró los cuentos.

"¡Chicos, escuchen! Les voy a contar una historia muy divertida"

Todos se reunieron a su alrededor, emocionados. A medida que Tomás contaba, una gran sonrisa apareció en su rostro. Cada vez que los chicos se reían o aplaudían, Tomás sentía cómo la magia empezaba a fluir.

Pero en medio de la diversión, uno de sus amigos, Lucas, se sintió un poco triste.

"No tengo cuentos como vos, Tomás. No sé contar historias."

Tomás, mirando a Lucas, respondió:

"No importa, Lucas. La magia está en cada uno de nosotros. Solo hace falta intentarlo."

Lucas tomó un breve respiro y, después de unos momentos, se armó de valor.

"Bueno, yo tengo una historia que me contaba mi abuela. Se trata de un dragón que quería aprender a bailar."

Tomás sonrió, alentando a su amigo.

"¡Contalo!"

Lucas, algo nervioso, empezó a hablar, y a medida que los demás lo escuchaban, vieron la alegría en su rostro.

"El dragón encontró un maestro, y aunque al principio no era bueno, nunca se rindió. ¡Y al final, voló y bailó como nunca!"

Todo el grupo aplaudió.

"¡Eso fue genial, Lucas!"

Desde aquel día, el grupo decidió que todos podrían contar historias e inventar nuevas. La magia realmente estaba en el compartir; cada uno con su propio estilo y su propia voz.

Al final del día, Tomás regresó a casa, cansado pero feliz. Cuando se reunió con su papá, le contó sobre la mágica experiencia.

"Hoy aprendí que la magia no solo está en los cuentos, sino también en la amistad."

Su papá sonrió.

"Tienes razón, Tomás. La verdadera magia la hacemos nosotros al compartir momentos juntos."

Y desde aquel lejano día, los niños de la escuela de Tomás se volvieron grandes narradores, llenos de creatividad y amistad. Así, con solo una mochila, Tomás había comenzado un viaje mágico hacia un mundo donde todos podían ser parte de una historia, creando juntos grandes aventuras.

FIN.

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