El viaje mágico del niño curioso



El sol brillaba en el cielo azul de la Boca, un barrio porteño lleno de vida y color.

Era el año 1967 y yo, un niño curioso de ocho años, vivía en uno de los famosos conventillos junto a mi familia. En aquel lugar se mezclaban inmigrantes españoles, italianos, ucranianos y gente del interior de Argentina. Cada día era una aventura llena de historias fascinantes que contar.

Una tarde calurosa mientras jugaba en la calle con mis amigos, encontré un viejo reloj abandonado cerca del puerto. Al tomarlo entre mis manos, sentí una extraña energía que me envolvió por completo.

De repente, todo comenzó a girar y me vi transportado al pasado, directamente a mi infancia en 1967. Al abrir los ojos, me encontré frente al mismo conventillo donde vivía. Las paredes estaban llenas de colores vibrantes y las risas resonaban en cada rincón.

Me di cuenta de que había viajado atrás en el tiempo y estaba emocionado por explorar mi antiguo hogar. Recorrí las calles empedradas con una sonrisa en mi rostro. Encontré a don José, un viejo inmigrante español que siempre contaba historias maravillosas sobre su tierra natal.

Lo saludé con entusiasmo y le pregunté si recordaba quién era yo. Don José me miró sorprendido pero luego sonrió ampliamente: "-¡Claro que te recuerdo! Eres ese niño curioso con ganas de aprender sobre todo.

" Me invitó a su pequeño apartamento donde guardaba sus tesoros, libros y fotografías antiguas. Mientras hojeaba los libros, don José me contó sobre la importancia de la educación y cómo él había llegado a Argentina con apenas nueve años sin saber leer ni escribir.

Pero gracias a su perseverancia y el apoyo de sus vecinos, logró aprender todo lo que necesitaba para tener una vida mejor. Inspirado por su historia, decidí aprovechar al máximo mi viaje en el tiempo.

Visité a la señora Rosa, una inmigrante italiana que regentaba un pequeño restaurante en la esquina. Ella me enseñó a hacer pasta casera y compartió conmigo las recetas tradicionales de su país.

También conocí a Iván, un niño ucraniano que vivía en el conventillo de enfrente. Juntos exploramos el barrio y descubrimos las historias ocultas detrás de cada rincón. Nos convertimos en grandes amigos y prometimos mantener siempre viva nuestra curiosidad por aprender sobre diferentes culturas.

A medida que pasaban los días, me di cuenta de lo valioso que era crecer rodeado de personas tan diversas. Cada uno tenía una historia única para contar y todos contribuían al colorido tapiz cultural del barrio. Finalmente, llegó el momento de regresar al presente.

Me despedí de mis amigos del pasado sabiendo que llevaría conmigo todas las lecciones aprendidas durante mi viaje en el tiempo. Al despertar junto al viejo reloj abandonado en 2021, sonreí recordando aquella experiencia mágica e inspiradora.

Desde entonces, he seguido buscando oportunidades para aprender sobre otras culturas y he hecho todo lo posible para transmitir ese mismo espíritu a las nuevas generaciones.

Porque en la diversidad encontramos la verdadera riqueza, y en cada historia hay un tesoro por descubrir.

FIN.

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