El Viaje Soñado de Tomi
Era un soleado día de verano y Tomi, un niño de diez años con una sonrisa brillante, estaba preparando su valija para sus esperadas vacaciones. Su papá, Juan, había decidido llevarlo a un lugar especial en la montaña con su auto. Había estado esperando esto durante meses y no podía estar más feliz.
"- ¡Ya está casi todo listo!", gritó Tomi mientras corría por el pasillo con su mochila, llena de juegos y libros.
"- Sí, solo falta cargar el auto y prepararnos para la aventura!", respondió Juan, que saía la última maleta del automóvil.
Una vez que todo estuvo en su lugar, se subieron al auto, sombreros de playa y gafas de sol listas. Arrancaron y empezaron su viaje por la carretera, disfrutando del aire fresco y el paisaje que pasaba por la ventana.
"- Mirá papá, ¡un campo lleno de flores!", exclamó Tomi emocionado.
"- Es hermoso, ¿no? Cada vez que viajamos, podemos aprender algo nuevo", contestó Juan, que sonríe mientras observaba a su hijo disfrutar del paisaje.
Al principio, todo marchaba de maravilla. Cantaron canciones, jugaron a contar los autos de colores y hasta hicieron una parada para comer unas ricas empanadas. Pero, después de un par de horas de viaje, comenzaron a notar que el motor del auto hacía ruidos extraños.
"- Uh-oh, parece que algo no va bien", dijo Juan, algo preocupado.
"- ¿Qué significa eso, papá?", preguntó Tomi.
"- Algo puede estar fallando. Vamos a tener que hacer una parada para revisar el auto", respondió Juan, buscando un lugar donde detenerse.
Encontraron un pequeño camino que los llevó a un área de descanso en la montaña. Allí había un antiguo árbol bajo el cual decidieron parar.
"- Te quedarás aquí cuidando el auto mientras yo reviso el motor, ¿te parece?", dijo Juan.
"- ¡Claro que sí! Voy a mirar alrededor y ver si puedo encontrar algo interesante", contestó Tomi.
Mientras Juan se metía debajo del capó, Tomi decidió explorar los alrededores. Se hizo amigo de un grupo de niños que estaban jugando cerca. Se llamaban Sofía, Mateo y Lía.
"- ¿Querés jugar con nosotros?", preguntó Sofía.
"- ¡Sí! ¡Vamos!", respondió Tomi rápidamente, olvidándose del auto por un momento. Jugaron a las escondidas y se hicieron grandes amigos en un instante.
Sin embargo, después de un rato, Tomi sintió un cosquilleo en su estómago. Miró hacia el lugar donde estaba el auto y vio que su papá todavía estaba revisándolo.
"- Tengo que regresarle a papá. Hasta luego, amigos, ¡fue divertido!", dijo Tomi mientras corría de vuelta.
"- ¡Volvé pronto!", gritaron sus nuevos amigos mientras él se alejaba.
Al llegar junto a Juan, vio que los problemas eran peores de lo que pensaba. El motor no arrancaba.
"- Papá, ¿está todo bien?", preguntó Tomi, un poco preocupado.
"- No, parece que vamos a tener que llamar a un mecánico. Pero no te preocupes, estas cosas pasan. Y, ¿sabés qué? Hiciste nuevos amigos, eso siempre es bueno", dijo Juan, tratando de calmar a su hijo.
"- ¿Y entonces no podremos ir a la montaña?", preguntó Tomi, con un hilo de tristeza en su voz.
"- Quizás no hoy, pero siempre podemos encontrar una manera de divertirnos. ¿Te parece si jugamos juntos mientras esperamos al mecánico?", sugirió Juan.
"- ¡Sí! -respondió Tomi, iluminándose.- Tengo mi pelota de fútbol aquí. Juguemos!"
Y así lo hicieron, comenzaron a patear la pelota y poco a poco, la tristeza de Tomi se desvaneció.
Finalmente, el mecánico llegó y luego de unos minutos de trabajar en el auto, anunció que todo estaba solucionado.
"- ¡Súper! Vamos a la montaña ahora!", gritó Tomi, saltando de felicidad.
"- Claro que sí, pequeño. Ahora sí podemos continuar con nuestra aventura", dijo Juan riéndose.
El viaje continuó y, justo cuando llegaban a la montaña, el sol comenzaba a ponerse, llenando el cielo de colores increíbles.
"- ¡Mirá eso, papá! ¡Es hermoso!", dijo Tomi maravillado.
"- Así es, Tomi. A veces, las cosas no salen como las planeamos, pero siempre hay algo bonito que descubrir en cada momento", respondió Juan, mientras miraban juntos el atardecer.
Desde ese momento, Tomi aprendió que las aventuras más importantes a veces vienen acompañadas de sorpresas, y que lo más maravilloso es compartir decualquier momento, ya sea en problemas o alegría.
Fue un viaje inolvidable lleno de aprendizajes y risas. Al final, la felicidad no estaba solo en llegar a la montaña, sino en disfrutar del camino juntos.
Y así, mientras la luna comenzaba a brillar en la noche, padre e hijo celebraron su pequeño gran viaje con gritos de alegría y nuevos sueños por descubrir.
FIN.