El Viejo Codicioso y Su Última Lección
Érase una vez un hombre llamado Don Rufino, conocido en su pueblo por su codicia desmedida. Durante años, Rufino estafó a sus vecinos con trucos y falsedades, llenando sus bolsillos de oro mientras dejaba a otros en la ruina. La gente decía:
"¡No le creas! Siempre está buscando la manera de sacar ventaja."
Pero a Rufino no le importaba nada. Se pasaba el día disfrutando de su fortuna en grandes fiestas, comprando cosas lujosas y apostando en carreras de caballos. Su risa resonaba por todo el pueblo, pero su corazón estaba vacío.
A medida que pasaron los años, la suerte de Rufino cambió. Las apuestas lo llevaron a perderlo todo, y pronto se encontró viejo, solo y enfermo. Con su dinero desaparecido, ahora era rechazado por todos.
"No te ayudaré, Rufino. Te quedaste con mi dinero en el pasado," decía Matías, un hombre que había sido estafado.
Desesperado y sin amigos, Rufino se desplazaba por las calles en busca de alguien que se apiadara de él. Un día se sentó en un banco del parque y vio a un grupo de niños jugando a lo lejos. Entre risas y travesuras, los niños parecían felices. Curioso, se acercó a ellos.
"¿Qué hacen, chicos?" preguntó con la voz entrecortada.
"Jugamos a compartir y ayudar a los demás, señor. Es muy divertido!" respondió una niñita llamada Clara.
Rufino se sintió intrigado. Había olvidado lo que era disfrutar de la vida sin el peso del oro.
"¿Puedo jugar con ustedes?" preguntó temeroso.
"¡Por supuesto!" exclamaron los niños, sonriendo.
Así, Rufino comenzó a jugar con los niños, a compartir risas y alegría cosa que no había experimentado en años. Sin embargo, al final de la tarde, regresó a su solitario hogar.
Esa noche, mientras miraba por la ventana, sintió un deseo profundo de cambiar. Comenzó a recordar a todas esas personas a las que había perjudicado y las sonrisas que había apagado con su codicia.
Al día siguiente, decidió buscar a cada uno de los que había estafado. Fue a la casa de Matías y tocó la puerta. La mujer de Matías abrió.
"¿Qué quieres, viejo?" le preguntó con desdén.
"Vine a pedir perdón y a devolver lo que les quité. Ha pasado mucho tiempo, pero quiero enmendar mis errores," dijo Rufino con sinceridad.
Matías salió al escuchar la conversación.
"¿De verdad?" dijo Matías, escéptico. "Te robaste toda mi esperanza."
"Sé que lo que hice fue muy malo. Pero ya no quiero ser el hombre que fui. ¿Me dejarías al menos intentar hacer las cosas bien?"
Tras una larga charla, Matías lo miró y le dijo:
"Estás dispuesto a cambiar. Te daré una oportunidad, pero con una condición: tendrás que ayudar a los demás también, no solo regresar lo que es tuyo."
Eso hizo que Rufino se llenara de esperanza. Se dedicó a visitar a cada uno de los estafados, devolviendo parte de su dinero y ofreciendo su tiempo para ayudar en lo que pudiera. Con el tiempo, ganó el respeto y la amistad de muchos que antes lo habían despreciado.
Finalmente, Rufino aprendió que la verdadera riqueza no estaba en el oro ni en los lujos, sino en los lazos de amistad y en la colaboración con los demás. Aunque nunca recuperó su antigua fortuna, siempre iba al parque a jugar con los niños y a recordar que la generosidad trae felicidad.
Y así, el viejo Rufino se convirtió en el mejor amigo del pueblo, enseñando a todos que lo mejor que uno puede tener es un corazón amable, porque ayudar siempre vuelve de la mejor manera.
Fue desde ese día en adelante que Rufino decidió nunca más dejar que la codicia dominara su vida, y cada vez que escuchaba el sonido de las risas de los niños, sonreía sabiendo que su felicidad era más valiosa que cualquier tesoro.
Y colorín, colorado, este cuento ha terminado.
FIN.