El Viejo del Saco y la Niña de la Montaña



Era una vez, en las afueras de Valparaíso, un hombre conocido como el Viejo del Saco. Todos decían que era un tipo extraño que vivía en una choza de barro y paja, rodeado de ovejas. Su casa estaba en la cima de una colina, y desde allí se podía ver todo el esplendor del océano. Sin embargo, su vida era solitaria y silenciosa, solo acompañado por el balido de sus ovejas.

Un día, mientras cuidaba su rebaño, vio a una niña jugando en el campo cercano. Tenía el cabello rizado y una sonrisa resplandeciente que iluminaba todo a su alrededor.

"¿Quién es esa niña tan alegre?" - se preguntó el Viejo del Saco, sintiendo un cosquilleo en su corazón por primera vez.

Intrigado, decidió acercarse a conocerla. Cuando llegó, la niña lo miró con curiosidad.

"¡Hola! Soy Sofía. ¿Y tú?" - dijo, balanzándose sobre sus pies.

"Soy el Viejo del Saco..." - respondió, un poco tímido, recordando que los demás lo llamaban así.

Sofía no se asustó. Al contrario, sonrió aún más.

"¿Por qué te llaman así?" - preguntó intrigada.

El Viejo del Saco sintió la oportunidad de cambiar la historia que lo envolvía.

"Porque la gente piensa que soy un monstruo que se roba a los niños. Pero yo solo cuido mis ovejas y vivo aquí, en paz."

Desde ese día, una hermosa amistad comenzó a florecer entre ellos. Todos los días, Sofía iba a visitarlo, llevándole galletas que su madre hacía, y juntos pasaban horas conversando. El Viejo del Saco le contaba historias de las estrellas, de la montaña y de cómo había aprendido a cuidar de sus animales. Sofía, a su vez, le enseñaba sobre los juegos de la infancia y le contaba los cuentos que le leía su madre.

Un día, mientras paseaban por el campo, se toparon con un grupo de niños que jugaban juntos.

"¿Por qué no te unes a ellos?" - preguntó Sofía al Viejo del Saco.

"No sé si ellos me aceptarán. La gente suele tener miedo de mí."

Pero Sofía no se rindió. Se acercó a los niños y, con una gran sonrisa, les dijo:

"¡Chicos! Este es el Viejo del Saco, no es un monstruo. ¡Es mi amigo!"

Los niños fueron cautelosos al principio, pero la calidez de su sonrisa y su dulzura les abrieron el corazón. Pronto, comenzaron a jugar juntos, y el Viejo del Saco se dio cuenta de que la felicidad se podía compartir. Se sintió como un niño de nuevo, lleno de risas y alegría.

Sin embargo, un torbellino de viento barrió el campo, llevando consigo las galletas que Sofía había traído. Todos quedaron sorprendidos y empezaron a reír a carcajadas mientras las galletas volaban en el aire.

"¡Atrápalas!" - gritó Sofía entre risas, mientras corría tras las galletas voladoras.

El Viejo del Saco no dudó y se unió a la carrera, riendo con los niños. Aquella escena hizo que los campesinos de los alrededores se acercaran, y vieron con sus propios ojos la bonita amistad que había crecido entre todos.

A partir de ese día, el Viejo del Saco se convirtió en parte de la comunidad. Comenzó a ayudar a los niños a cuidar de sus propios animales y compartir historias con sus familias. Los murmullos de que era un monstruo desaparecieron, y todos descubrieron que dentro de su corazón había un hombre amable y generoso.

"Gracias, Sofía. Me enseñaste que a veces hay que atreverse a conocer a los demás. Cada uno de nosotros puede ser amigo, sin importar cómo nos vean los demás." - dijo el Viejo del Saco.

Sofía sonrió, feliz de haber cambiado la historia de su amigo.

Así, el Viejo del Saco vivió rodeado de amigos y siempre compartiendo risas, galletas, cuentos y ovejas. Y los adultos aprendieron que un título no define a las personas, sino cómo se eligen ser y cómo se elige vivir.

FIN.

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