El Viento Zonda y la Aventura del Jardín Colorido
En un pequeño pueblo de San Juan, donde el sol brilla intensamente y el viento Zonda juega entre las montañas, vivían dos amigos inseparables: Sofía y Nicolás. Sofía era una niña curiosa, siempre explorando el mundo a su alrededor, mientras que Nicolás era un niño valiente, listo para enfrentar cualquier aventura que se les presentara.
Un día, mientras podían sentir el zumbido del viento Zonda rolar sobre las colinas, Sofía tuvo una idea brillante.
"¡Nicolás! Hoy es un día perfecto para hacer algo especial. ¿Qué tal si creamos un jardín lleno de colores?"
"¡Sí! Pero necesitamos flores y muchas cosas divertidas. Vamos a buscar a nuestro amigo el duende Piquito, él siempre sabe dónde encontrar lo que necesitamos."
Ambos amigos se pusieron en marcha. El viento Zonda soplaba fuerte, haciendo bailar los árboles y moviendo sus cabellos. Cuando llegaron al bosque, encontraron a Piquito, un duende pequeño y chispeante.
"¡Hola, amigos! ¿Qué aventura traen hoy?"
"¡Queremos hacer un jardín colorido! ¿Nos puedes ayudar?"
"Claro que sí, pero hay que tener cuidado. El viento Zonda puede ser travieso y cambiar las cosas de lugar. ¡Sigamos juntos!"
Piquito voló por delante mientras Sofía y Nicolás lo seguían. Juntos, empezaron a recorrer el bosque recolectando flores de distintos colores: rosas, amarillas y azules, cada una más bonita que la otra.
De repente, una ráfaga de viento Zonda los sorprendió y las flores volaron por los aires.
"¡Oh no! Las flores!" gritó Sofía.
"Vamos, tenemos que atraparlas antes que se vayan lejos" dijo Nicolás decidido.
Comenzaron a correr, riendo y saltando entre las ramas y arbustos, tratando de alcanzar las flores que danzaban junto al viento. Pero el viento Zonda, como un pequeño bromista, les divertía aún más, empujando las flores de un lado a otro.
"¡Piquito! ¿Qué hacemos?" preguntó Sofía, mientras intentaba atrapar una flor amarilla.
"El viento quiere que juguemos, no sólo atrapemos flores. ¿Por qué no hacemos que nos ayude?" propuso Piquito.
Sofía y Nicolás asintieron, y juntos comenzaron a bailar y a cantar.
"Viento Zonda, viento amigo, ven y juega con nosotros, te lo pido!"
Y para su sorpresa, el viento Zonda comenzó a soplar en círculos alrededor de ellos, haciendo girar las flores como un remolino. Finalmente, el viento se calmó y, al detenerse, las flores cayeron suavemente sobre ellos.
"¡Lo logramos!" exclamó Nicolás.
Con muchas risas y colores, armando su jardín, los amigos supieron que habían hecho algo especial.
"Ahora, sólo falta un toque final. Debemos plantar las flores en el lugar perfecto " dijo Sofía.
"Sí, aquí, donde el sol brilla más fuerte, así crecerán grandes y bonitas".
Así lo hicieron, cuidando su jardín con amor y cuidado, observando cómo cada día las flores se abrían al sol. El viento Zonda, que al principio les había jugado una broma, ahora soplaba suavemente para acariciar sus flores.
"Mirá cómo sonríen las flores, parecen felices " dijo Nicolás.
"¡Sí! ¡El viento Zonda les gusta también!" respondió Sofía.
Pasaron los días, y cada vez que el viento Zonda soplaba, el jardín de Sofía y Nicolás se llenaba de risas y colores. Aprendieron a vivir en armonía con el viento, entendiendo que a veces las cosas no salen como uno quiere, pero siempre hay espacio para la diversión.
Al final del día, Sofía y Nicolás miraban su jardín y se sentían orgullosos.
"Todo esto gracias al viento Zonda y nuestra amistad" dijo Sofía.
"Sí, ¡la aventura nunca termina!" respondió Nicolás.
Y así, en un rincón de San Juan, el viento Zonda no solo trajo calor, sino que también sembró un jardín lleno de colores y de risas, recordando siempre a los amigos que la aventura más hermosa es aquella que se vive juntos.
FIN.