El Viernes de la Tortita



Era un hermoso viernes por la mañana en el barrio de María. El sol brillaba intensamente y los pájaros cantaban en los árboles. María, una niña curiosa y soñadora, se despertó con un gran deseo de hacer algo especial. Hoy era el día de la semana en que podía dejar volar su imaginación como una cometa en el cielo.

Mientras se vestía, María se acordó de la deliciosa torta de chocolate que había horneado su mamá la noche anterior. La había decorado con fresas y crema, y el solo pensamiento hizo que su pancita rugiera. Aunque sabía que le habían dicho que no debía comerla antes de la cena, María decidió que, tal vez, un pequeño pedacito no le haría daño.

"¡Mamá!" - llamó mientras corría hacia la cocina.

"¿Qué pasa, hija?" - respondió su mamá, sirviendo el desayuno. "¿Puedo comer un trocito de torta antes del almuerzo?"

"María, sabes que tenemos que esperar. Lo prometido es deuda. Además, ¡hay toda una tarde de diversión por delante!" - contestó su mamá con una sonrisa.

María suspiró, un poco decepcionada, pero su imaginación comenzó a vagar. "Quizás puedo invitar a mis amigos a jugar y así todos podríamos comer un poquito de torta juntos después. ¡Sería como una fiesta sorpresa!" - pensó.

Así que María salió al parque donde sus amigos, José, Lila y Tomás, acostumbraban a jugar. Al verlos, se le iluminaron los ojos y corrió hacia ellos.

"¡Hola chicos! ¿Quieren venir a casa a jugar y disfrutar de una sorpresita?" - les dijo entusiasmada.

"¿Qué sorpresa?" - preguntó Lila, con una ceja levantada.

"Es un secreto. Pero les prometo que les va a encantar. ¡Vengan!" - dijo María, haciendo gestos para que la siguieran.

Una vez en casa, comenzó el juego. Todos se sumergieron en una aventura imaginaria donde eran piratas en busca de tesoros escondidos. Mientras navegaban por mares de almohadas y buscaban cofres llenos de dulces, María sintió que la tarde pasaba volando. Pero la torta seguía llamándola, pesada en su mente.

Finalmente, cuando el sol comenzó a bajar, se reunió con sus amigos y les contó su idea.

"Chicos, ¿qué tal si celebramos nuestra aventura con un pedacito de torta de chocolate? Pero tenemos que hacerlo de manera especial", - propuso.

"¿Cómo?" - preguntó José, intrigado.

"Puedo poner un poco de música, y todos trajimos algo para compartir: galletitas, un jugo, ¡y juntos haremos una fiesta!" - dijo con ímpetu.

Los amigos aceptaron encantados, así que María fue a la cocina. Miró la torta y se dio cuenta de que no podía comerse todo sola. "Es perfecta para compartir." - pensó, sonriendo al darse cuenta de lo generosa que era la decisión. Se armó de valor y cortó pedacitos justos para cada uno.

Cuando todos se sentaron en el jardín, compartiendo risas y charlas, todavía había ese trozo especial de torta. María miró a sus amigos y decidió que no solo quería darles un pedazo, sino compartir la felicidad que ella sentía.

"¡Brindemos por nuestra amistad y por las aventuras!" - levantó su vaso de jugo.

"¡Salud!" - gritaron todos al unísono.

La tarde terminó con risas y juegos y, en ese momento, María comprendió lo importante que era compartir, no solo la torta sino cada momento con las personas que queremos. Al final, no sólo disfrutó de un delicioso postre, sino también de la compañía de sus amigos en un día verdaderamente especial. Y aquel viernes quedaría grabado en su memoria como el día en que la torta se convirtió en una celebración de amistad y alegría.

A partir de ese momento, cada viernes María organizaba un pequeño encuentro, donde sus amigos y ella compartían tortas, juegos y lo más importante, mucho amor.

"¿Te das cuenta, mamá? La torta sabe mejor cuando la compartimos juntos" - le dijo después.

"Claro que sí, María. La felicidad se multiplica cuando la compartimos!" - respondió su mamá sonriendo.

Y así, María aprendió la mejor lección de todas, que los momentos dulces se disfrutan mucho más, cuando no somos egoístas y compartimos con aquellos que amamos. Todos los viernes, en el jardín de la casa de María, había risas, juegos y, por supuesto, tortas. Pero lo más dulce de todos esos momentos era saber que la felicidad se compartía como un regalo, en cada rebanada de torta y en cada sonrisa de los amigos.

FIN.

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