El Vuelo de la Felicidad
Había una vez un hombre alado llamado Mateo, que vivía en una ciudad muy grande y bulliciosa. A diferencia de los demás habitantes, a Mateo le encantaba volar por el cielo nocturno mientras todos dormían.
Disfrutaba de la tranquilidad y la serenidad que encontraba en las alturas. Sin embargo, la ciudad era ruidosa y estaba llena de furia durante el día. Las calles estaban atestadas de coches y las personas siempre parecían estar apuradas.
El estruendo constante y el caos del tráfico entristecían a Mateo. Un día, mientras volaba sobre los edificios altos, escuchó un llanto desgarrador proveniente de uno de ellos. Curioso e intrigado, decidió acercarse para averiguar qué sucedía.
Al llegar a la ventana abierta del apartamento, vio a una niña llamada Lucía sollozando en su cama. "¿Qué te pasa, Lucía?", preguntó Mateo con ternura.
Lucía levantó la mirada sorprendida al ver a un hombre alado frente a ella y sus lágrimas se detuvieron por un momento. "¡Eres un ángel!", exclamó asombrada. Mateo sonrió gentilmente y le respondió: "No soy un ángel, soy simplemente alguien que ama volar".
Lucía secó sus lágrimas y explicó: "Estoy triste porque mis padres están siempre ocupados trabajando y nunca tienen tiempo para jugar conmigo". Mateo comprendió lo que sentía Lucía porque él también había sentido esa soledad antes. Decidió ayudarla a encontrar una solución.
"Lucía, ¿alguna vez has intentado hablar con tus padres sobre cómo te sientes?", preguntó Mateo. Lucía negó con la cabeza y dijo: "No quiero molestarlos. Parecen estar siempre tan ocupados".
"A veces, las personas no se dan cuenta de cómo nos sentimos hasta que les hablamos", explicó Mateo. "Podrías intentar expresarles tus sentimientos y pedirles un poco de tiempo para jugar juntos". Inspirada por las palabras de Mateo, Lucía decidió seguir su consejo.
Al día siguiente, cuando sus padres regresaron del trabajo, ella les contó cómo se había sentido y cuánto quería pasar tiempo con ellos. Para sorpresa de Lucía, sus padres escucharon atentamente y comprendieron lo importante que era para ella tener momentos especiales en familia.
A partir de ese momento, hicieron un esfuerzo por dedicar más tiempo a jugar juntos y crear recuerdos felices. La vida de Lucía cambió completamente. Ahora tenía momentos divertidos y cálidos junto a sus padres, lo cual la hacía sentir amada y valorada.
Mateo siguió volando por los cielos nocturnos mientras la ciudad dormía. Pero ahora también sonreía sabiendo que había ayudado a alguien a encontrar la felicidad en medio del bullicio urbano.
Aquella noche, cuando Mateo sobrevolaba el apartamento de Lucía, vio una luz encendida en su habitación. La niña salió al balcón emocionada y saludó al hombre alado con alegría. "¡Gracias por ayudarme!", exclamó Lucía. "Ahora puedo disfrutar de la ciudad, incluso durante el día".
Mateo sonrió y le respondió: "Recuerda, Lucía, siempre hay formas de encontrar paz y felicidad en cualquier lugar, solo tenemos que buscarlas". Desde aquel día, Mateo siguió volando por la ciudad ruidosa pero llena de vida.
Aprendió que a veces solo se necesita un pequeño cambio para hacer una gran diferencia en la vida de alguien.
Y así, Mateo y Lucía descubrieron que incluso en medio del bullicio y la furia de una ciudad grande, siempre hay espacio para encontrar momentos especiales y ser felices.
FIN.