El vuelo de Lucía



Lucía era una adolescente muy especial. Tenía el don de volar. Cada noche, cuando todos en el pueblo dormían, ella se levantaba, abría la ventana de su habitación y, con un movimiento de sus brazos, comenzaba a elevarse suavemente.

Sus alas invisibles la llevaban a surcar los cielos nocturnos, descubriendo paisajes maravillosos que solo ella podía ver. -¡Vamos, Lucía! ¡Es hora de desplegar nuestras alas! - susurraba una voz suave en su oído.

Era su fiel compañero, un pájaro mágico llamado Estrellita, quien siempre la acompañaba en sus vuelos. Juntos volaban por valles cubiertos de nieve, bosques llenos de misterios y lagos relucientes bajo la luz de la luna.

Lucía veía la belleza del mundo desde lo alto, y eso le llenaba el corazón de alegría. Un día, mientras sobrevolaba un campo de girasoles, vio a un grupo de niños trabajando en la cosecha. Al acercarse, notó que estaban agotados y tristes. -Hola, ¿qué les pasa? -preguntó Lucía.

-Nuestra cosecha no será suficiente para ayudar a todos en el pueblo. No tenemos suficientes manos para recoger todo -respondió tristemente uno de los niños. Lucía sintió un nudo en la garganta al ver la preocupación en sus rostros.

Sin embargo, sabía que podía hacer algo al respecto. -¡Estrellita, tenemos que ayudarles! –exclamó decidida. Juntos, organizaron un plan. Esa noche, volaron hacia el campo con sacos de dormir y linternas. Al ver a Lucía y Estrellita, los niños no podían creerlo.

-¡Gracias por venir a ayudarnos! –dijeron emocionados. Todos se pusieron manos a la obra, y en poco tiempo, el campo estaba lleno de risas y alegría.

La cosecha se completó mucho más rápido de lo que nadie esperaba, y el pueblo se salvó de una época difícil. Todos se abrazaron, agradecidos, y Lucía sintió en su corazón una calidez especial. Había descubierto que, aunque volar le brindaba mucha felicidad, la verdadera alegría estaba en ayudar a los demás.

Desde ese día, Lucía y Estrellita dedicaron parte de sus noches a volar por el pueblo, llevando mensajes de esperanza y amor a todos los habitantes. Y así, su vuelo se llenó de risas, canciones y, lo más importante, de solidaridad.

Los niños del pueblo aprendieron que, con un poco de ayuda y trabajo en equipo, siempre se pueden superar los desafíos.

Y Lucía, en cada vuelo, recordaba que la alegría de vivir se encuentra en compartir con los demás y hacer el bien. Porque no importa qué tan alto vueles, lo que realmente importa es el amor que dejas en cada corazón. ¡Vuela alto, Lucía, y sigue iluminando el mundo con tu hermoso vuelo y tu increíble corazón!

FIN.

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