El Vuelo del Búho y la Luz de la Luna



En un frondoso bosque, donde los árboles susurraban secretos y los ríos cantaban melodías, vivía un búho llamado Oliver. Oliver era un búho un tanto curioso, pero a la vez, muy confundido. En los días cálidos, observaba a los demás animales del bosque, cada uno con su propio lugar y propósito, y se preguntaba: '¿Cuál es mi lugar en el mundo?'.

Una noche, mientras el cielo se pintaba de estrellas y la luna brillaba como un faro en la oscuridad, Oliver decidió salir a volar. Al acercarse a un claro, contempló su reflejo en un lago. Su pluma gris era hermosa, pero no podía evitar sentir un vacío dentro de él.

En ese momento, la luna, con su luz suave y plateada, le habló a Oliver. Aunque no con palabras, su luz iluminó el lago y el búho entendió que debía emprender un viaje. Con valentía, levantó vuelo hacia el corazón del bosque, donde creía encontrar respuestas.

El primer lugar al que llegó fue la montaña donde habitaban las águilas. Al ver a estas aves majestuosas volar alto y con determinación, Oliver sintió una punzada de envidia. Quería ser así, fuerte y audaz. Pero, al acercarse, se dio cuenta de que las águilas tenían que cazar y competir entre sí, lo cual no le parecía divertido. Las luces de la luna reflejadas en sus plumas lo hicieron reflexionar sobre su propia naturaleza.

Luego, Oliver se dirigió al río, donde había muchas ranas cantando alegres melodías. Las ranas eran felices saltando de hoja en hoja y disfrutando de la vida. Sin embargo, Oliver notó que ellas jamás podían volar como él. Se sintió un poco mejor al comprender que, aunque no podía ser una rana, su capacidad de volar era especial. La luna iluminaba el río, y sus reflejos le mostraban las posibilidades que tenía como búho.

Después, el búho se acercó a un viejo roble, hogar de muchos ratones. Estos pequeños animales siempre trabajaban, recolectando comida y formando un hogar. Aunque admiraba su dedicación, Oliver no quería vivir con esa rutina. La luz de la luna envolvía el roble en un abrazo cálido, recordándole que cada criatura tiene una función diferente en la vida del bosque.

Finalmente, Oliver alzó el vuelo al cielo, donde la luna lo esperaba. Desde allí arriba, pudo ver todo el bosque. Comprendió que él podía observar, aprender y guiar a otros, incluso en la oscuridad de la noche. A través de su visión aguda, podría ayudar a los pequeños animales a encontrar su camino a casa.

La luna le sonrió con su luz plateada, reflejando la sabiduría que Oliver había adquirido en su viaje. Con el corazón ligero y lleno de propósito, decidió que su identidad no estaba en ser como los demás, sino en ser él mismo, un búho que ilumina la noche y guía a sus compañeros con ternura y cuidado.

Desde aquel día, cada noche, cuando la luna brillaba, Oliver se posaba en la rama más alta del viejo roble y observaba el bosque. Era feliz sabiendo que había encontrado su lugar. La luna, siempre a su lado, recordándole que ser diferente era, en realidad, ser especial.

Y así, el búho Oliver se convirtió en el guardián de la noche, agradecido por la luz que lo llevaba a la verdad de su propia existencia.

FIN.

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