El vuelo eterno de Kuri
Había una vez en las altas montañas de la Patagonia, un cóndor joven llamado Kuri. Kuri se había separado de su familia y se sentía perdido y asustado, volando sin rumbo fijo en busca de un hogar.
Sus alas cansadas no podían más, y a punto de caer al suelo, una anciana llamada Doña Rosa lo vio desde su pequeña cabaña. Doña Rosa era conocida en la región por su sabiduría y bondad hacia los animales.
Sin dudarlo, salió con un trozo de carne para atraer a Kuri hacia ella. El cóndor, hambriento y débil, se acercó con desconfianza pero el aroma del alimento despertó sus instintos. "Tranquilo, amiguito.
Estás a salvo ahora", dijo Doña Rosa con voz dulce mientras alimentaba a Kuri. El joven cóndor miró a la anciana con gratitud en sus ojos brillantes y decidió seguirle hasta su cabaña donde le construyó un nido seguro entre las rocas.
Los días pasaron y Kuri recuperó fuerzas gracias al cuidado de Doña Rosa. Ella le enseñaba a reconocer las corrientes de aire favorables para volar alto y le contaba historias sobre la importancia de su especie en el equilibrio natural.
Una mañana soleada, Kuri batió sus alas con energía renovada y voló por los cielos azules junto a otros cóndores que habían llegado tras escuchar el llamado de Doña Rosa. Juntos exploraron nuevos horizontes llenos de vida salvaje y aventuras emocionantes.
Pero conforme pasaban los meses, Kuri comenzó a notar que ya no podía seguir el ritmo vigoroso de los demás cóndores.
Sus plumas se volvieron grises plateadas y sus movimientos eran más lentos debido al peso del tiempo que había pasado sobre él. "¿Qué te pasa, amigo?", preguntaron preocupados sus compañeros al verlo descansar más seguido.
Kuri les explicó que sentía que era hora de partir hacia otro lugar donde pudiera descansar en paz sin ser una carga para los demás. Los cóndores lo miraron con tristeza pero comprendieron su decisión. Con lágrimas en los ojos, Doña Rosa abrazó a Kuri antes de verlo emprender su último vuelo hacia el sol poniente.
El joven cóndor sintió cómo la energía vital abandonaba lentamente su cuerpo hasta que finalmente cerró los ojos por última vez mientras flotaba majestuosamente en el aire sereno.
Desde entonces, cada vez que alguien veía un cóndor surcar los cielos patagónicos recordaban la historia del valiente Kuri quien encontró amor y compasión en el corazón generoso de una anciana sabia antes de emprender su viaje final hacia la eternidad.
Y así aprendieron que todas las criaturas merecen respeto y cuidado sin importar cuánto tiempo les quede por vivir.
FIN.