El zoo casero de Tomás



Había una vez un niño llamado Tomás que tenía una gran pasión por los animales. Desde pequeño soñaba con tener su propio zoológico en casa, lleno de todo tipo de criaturas maravillosas.

Un día, mientras paseaba por el parque, encontró a un anciano sabio sentado en un banco. - Buenos días, señor - saludó Tomás curioso-.

¿Tiene algún consejo para alguien como yo que ama tanto a los animales? El anciano sonrió y le dijo:- Si realmente deseas tener un ciento de animales, debes aprender a cuidarlos adecuadamente. Los animales necesitan espacio y amor para vivir felices. Tomás se emocionó al escuchar estas palabras y decidió seguir el consejo del anciano.

Regresó a casa y comenzó a investigar cómo crear el mejor ambiente para sus futuros compañeros animals. Primero, construyó jaulas espaciosas para cada animal y las decoró con elementos naturales como ramas y hojas.

Luego, investigó sobre las dietas adecuadas para cada especie e hizo una lista detallada de lo que necesitaría comprar. Con mucho esfuerzo y dedicación, Tomás logró convencer a sus padres de apoyarlo en esta aventura. Juntos visitaron tiendas especializadas en mascotas exóticas y compraron todos los suministros necesarios.

Un día soleado, llegaron las primeras adquisiciones: dos loros coloridos y juguetones llamados Paco y Lola. Tomás les dio la bienvenida calurosamente e instaló su jaula cerca de su habitación para poder hablarles todos los días.

Pero el deseo de Tomás por tener un ciento de animales no se había apagado. Decidió buscar más compañeros y se enteró de una feria de adopción que tendría lugar en el parque cercano.

Al llegar, el niño quedó maravillado al ver tantos animales esperando encontrar un hogar. Recorrió los puestos con entusiasmo hasta que sus ojos se posaron en una pequeña tortuga solitaria llamada Tito. - ¡Hola, Tito! - saludó Tomás emocionado-.

¿Te gustaría venir a vivir conmigo? La tortuga movió lentamente la cabeza como si estuviera asintiendo y Tomás supo que era amor a primera vista. Llevó a Tito a casa y lo instaló en un acuario lleno de agua fresca y plantas acuáticas.

Con el tiempo, la noticia sobre el zoológico casero de Tomás se corrió por toda la ciudad. Personas interesadas comenzaron a visitarlo para conocer su increíble colección de animales y aprender sobre su cuidado adecuado.

Un día, mientras exhibía su nueva serpiente llamada Simón, Tomás recibió una visita inesperada. Era nuevamente el anciano sabio del parque. - Hijo mío - dijo el anciano-, estoy impresionado por tu dedicación hacia los animales y cómo has construido este hermoso zoológico casero.

Pero recuerda siempre que tener muchos animales requiere mucho tiempo y responsabilidad. Tomás reflexionó sobre estas palabras y decidió escuchar al sabio consejero.

Comenzó a investigar aún más sobre cada especie antes de traerlos a su hogar y se aseguró de tener el espacio y los recursos adecuados para cuidarlos correctamente. Con el tiempo, Tomás aprendió que no necesitaba un ciento de animales para ser feliz.

Descubrió que la verdadera felicidad radicaba en brindarles amor y cuidado a aquellos pocos compañeros que tenía. Así, Tomás continuó su labor como guardián de animales, educando a otros sobre la importancia del respeto por todas las criaturas vivas.

Su zoológico casero se convirtió en un lugar de inspiración para muchos niños y adultos. Y así, con paciencia y dedicación, Tomás demostró que los sueños pueden hacerse realidad si se persiguen con amor y responsabilidad hacia los demás seres vivos.

FIN.

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