Elena y el Jardín de los Sueños



Había una vez una niña que se llamaba Elena, que vivía con su papá y su mamá en una pequeña casa al borde del bosque. La familia de Elena era muy unida, y juntos compartían momentos de alegría, risas y aprendizaje. Pero había algo que siempre inquietaba a Elena: su jardín.

Un día, mientras jugaba en el jardín, se dio cuenta de que las plantas no estaban creciendo como deberían. Las flores estaban marchitas y la hierba se había vuelto amarilla. Angustiada, fue corriendo a buscar a sus padres.

- ¡Papá! ¡Mamá! ¡El jardín está triste! - exclamó Elena, con los ojos llenos de lágrimas.

- ¿Qué pasó, corazón? - preguntó su mamá, acercándose a ella.

- Las flores no florecen, la hierba está amarilla. ¡No sé qué hacer! - respondió Elena, preocupada.

Su papá le sonrió y le dijo:

- No te preocupes, Elena. A veces, es necesario cuidar un poco más de lo que está a nuestro alrededor. ¿Te gustaría ayudarme a revitalizar el jardín?

- ¡Sí! - gritó Elena, emocionada.

Así, juntos comenzaron a trabajar. Prepararon la tierra, regaron las plantas y hablaron con ellas mientras trabajaban. Su papá le explicó cómo las plantas necesitan amor y atención, así como las personas.

- Cada planta tiene su propio 'lenguaje' - dijo el papá. - Si escuchamos con atención, podemos aprender lo que necesitan para crecer.

Elena escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra. Pero el próximo día, cuando se asomó al jardín, notó que había algo más que plantas marchitas. Al fondo, descubrimos una misteriosa puerta de madera entre dos arbustos.

- ¡Mirá eso, papá! - gritó Elena, corriendo hacia la puerta.

- No la había visto antes - contestó su papá, sorprendido.

- ¿Deberíamos abrirla? - preguntó Elena, con el corazón palpitante de emoción.

Ambos se miraron y, movidos por la curiosidad, decidieron abrir la puerta. Para su asombro, encontraron un jardín mágico lleno de flores brillantes, árboles frutales y pequeñas criaturas que bailaban.

- ¡Es increíble! - exclamó Elena, maravillada. - ¿Podemos quedarnos aquí?

- Es un lugar especial - dijo su mamá, asomándose a su lado. - Pero debemos recordar que nuestro propio jardín merece la misma atención y amor que este.

Elena asintió, comprendiendo la lección.

- ¿Podemos cuidar de ambos jardines? - preguntó.Ellos sonrieron nuevamente.

- Sí, pero deberemos aprender a gestionar nuestro tiempo - respondió su papá. - Debemos crear un equilibrio.

Desde ese día, Elena empezó a cuidar de su jardín, dedicando un poco de tiempo todos los días. Aprendió además a hacer pequeñas herramientas con materiales reciclados y a sembrar diferentes tipos de semillas. En el jardín mágico, las criaturas la guiaban, enseñándole sobre plantas, colores y la importancia de la naturaleza.

Mientras pasaban los días, el jardín de Elena se llenaba de vida. Flores de colores vibrantes brotaban por todo el terreno y la hierba se volvió verde y fresca. La puerta hacia el jardín mágico se convirtió en un lugar de inspiración y creatividad para Elena, quien decidió organizar un festival de flores cada primavera.

Así, cada año, las familias del pueblo se reunían para celebrar la belleza de la naturaleza y aprender a cuidarla, gracias a la dedicación de Elena y su familia.

Un día, mientras Elena estaba con sus amigos en el jardín, se acercó un humano pequeño que parecía triste.

- ¿Por qué estás triste? - le preguntó Elena.

- Mi jardín es muy feo y no sabe cómo hacerlo crecer - respondió el niño, con la cabeza gacha.

- ¡No te preocupes! ¡Podemos hacerlo juntos! - dijo Elena, convencida.

Así, Elena reunió a todos sus amigos y juntos decidieron visitar el jardín del niño. Pasaron toda la tarde trabajando, aprendiendo y jugando. El niño no podía creer lo que sus amigos estaban haciendo por él.

- ¡Gracias! - exclamó feliz el niño al ver cómo su jardín comenzaba a florecer.

Elena sonrió al ver la alegría en su rostro. Se dio cuenta de que no solo había aprendido a cuidar su jardín, sino que también había aprendido a compartir su conocimiento y ayudar a los demás.

Y así, cada vez que El jardín de Elena florecía, florecía también la amistad, el trabajo en equipo y el amor por la naturaleza. Así, el pequeño pueblo se llenó de colores y sonrisas, todo gracias a una niña que escuchó la voz de su jardín y decidió cuidar de él con amor.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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