Elías y los Desafíos del Castillo
Había una vez un niño huérfano llamado Elías que vivía en un pequeño pueblo. Todos los días, al caer la noche, buscaba un lugar donde dormir, pero el miedo a los animales salvajes lo acompañaba. Una noche, mientras se refugiaba en un arbusto, vio a lo lejos las luces de un castillo brillante. Su curiosidad lo llevó a acercarse.
Al llegar, se encontró con un gran portón que parecía tener siglos sin abrirse. Mientras lo miraba, una voz profunda resonó en el aire:
"¡Bienvenido, joven aventurero! Si deseas entrar, deberás superar cuatro desafíos. Solo así podrás descansar en este castillo."
Elías, aunque temeroso, sabía que no tenía más opción. Así que, con un suspiro de valor, aceptó el reto.
El primer desafío era un laberinto mágico lleno de espejos. Cada espejo reflejaba una imagen diferente: uno lo hacía ver pequeño, otro gigante, y algunos mostraban su mayor miedo. Elías miró su reflejo en uno de ellos y pensó en cómo se sentía solo. Pero recordó las historias que le había narrado su madre sobre la valentía.
"¡No tengo miedo!" exclamó, mientras se dirigía hacia el camino correcto.
Con su determinación, logró salir del laberinto, donde un hermoso jardín lo esperaba. En el centro, había un árbol frutal que tenía los frutos más brillantes que había visto. Elías se acercó y escuchó una voz suave que decía:
"Para seguir adelante, debes compartir algo de lo que tienes."
El pequeño tenía sólo migajas de pan, pero decidió compartirlas con un pájaro que se posó cerca.
"¡Aquí tienes, amigo!" dijo Elías, al tiempo que el pájaro chirrió de alegría y aunque su alimento era poco, se sintió más satisfecho que nunca.
El árbol sonrió y, agradecido, hizo llover manzanas sobre Elías, quien pudo comer y sentirse fuerte para el siguiente desafío.
El segundo desafío lo llevó a un puente que colgaba sobre un río turbulento. Una fuerte tormenta se desató, y el puente empezó a moverse. Con cada paso, Elías dudaba.
"¡Debes confiar en ti mismo!" se dijo, recordando las palabras de su madre.
Con determinación, avanzó despacio, sintiendo el temor en cada fibra de su ser, pero logró cruzar el puente en medio de la tempestad, y cuando llegó al otro lado, las nubes se disiparon.
El tercer desafío era un monstruo de sombras que bloqueaba la entrada a la última sala. El monstruo no tenía forma definida y su voz resonaba como eco.
"¿Qué quieres, niño?" preguntó, con tono amenazante.
Elías respiró hondo y, en lugar de responder con miedo, dijo:
"¡Quiero entenderte! No eres solo sombras, tienes una historia. Quiero conocerla."
Sorprendido por la valentía de Elías, el monstruo comenzó a contarle sobre los miedos de la soledad, y mientras hablaba, las sombras se fueron disipando, y el monstruo se transformó en un ser de luz.
Finalmente, llegó al último desafío: la puerta del castillo. Una puerta inmensa, decorada con inscripciones.
"Para entrar, necesitas saber quién eres. ¿Qué te define?" dijo una voz.
Elías se quedó pensando. En ese momento, recordó todos los actos de valentía que había demostrado.
"Soy valiente y compasivo. Me definen mis acciones, no mis miedos."
La puerta se abrió de par en par, y Elías entró al castillo. Allí, encontró un lugar acogedor, lleno de otros niños que también habían superado desafíos y que estaban listos para hacerse amigos.
"Bienvenido, Elías. Aquí siempre hay un lugar para aquellos que son valientes y saben compartir."
Desde entonces, Elías no volvió a sentir miedo. Había encontrado su hogar, lleno de amor y amistad. Y nunca olvidó los desafíos que lo hicieron más fuerte y más sabio.
FIN.