Elmer y el Tablero de Ajedrez



Érase una vez un elefante llamado Elmer, que era especial no solo por su tamaño, sino también por sus colores brillantes. Elmer vivía en la selva de la alegría, donde todos los días eran una fiesta de risas y juegos. Sin embargo, había un problema. Elmer siempre quería ayudar a los demás, pero a menudo se sentía inseguro acerca de sus habilidades. A pesar de ser el elefante más colorido y simpático de la selva, a veces temía que no sería lo suficientemente bueno.

Un día cálido y soleado, Elmer decidió hacer un picnic en el claro del bosque y invitó a todos sus amigos: las aves, los monos, la tortuga Tina y el astuto zorro Ramón. Cuando llegó el momento de compartir las golosinas, los animales comenzaron a jugar un juego de ajedrez con un viejo tablero que había encontrado Elmer en su último paseo.

Sin embargo, las piezas de ajedrez empezaron a perderse un poco. Una torre se escondió detrás de un árbol y un alfil se decidió a disfrutar de los rayos del sol. Después de buscar infructuosamente, Elmer se preocupó.

"¿Y si no podemos jugar? ¡No quiero que mis amigos se sientan tristes!" - exclamó, con tristeza en sus ojos.

Justo cuando se sentía desanimado, el tablero de ajedrez, que había estado escuchando todo, tomó la palabra.

"¡Espera, Elmer! Lo que importa no son solo las piezas, sino cómo jugamos y nos divertimos juntos."

Elmer miró al tablero con curiosidad.

"¿Y qué podemos hacer sin todas las piezas?" - preguntó, con un tono que mezclaba desconfianza y esperanza.

"¡Podemos inventar nuestro propio juego! Utilicemos la imaginación, ¡esa es la mejor pieza que tenemos!" - sugirió el tablero entusiasmado.

Elmer sintió un fuego de emoción encenderse dentro de él. ¿Por qué no? Decidió probar la idea.

"¡Vamos a hacerlo!" - dijo, saltando con alegría. Así que Elmer y sus amigos empezaron a crear su propio juego. Utilizaron hojas grandes como peones, piedras como torres y un par de plumas como reyes y reinas. La selva se llenó de risas y creatividad.

Los amigos se turnaban para mover sus ‘piezas’ y a cada paso, contaban historias de aventuras en lugares lejanos, llenando el aire de inspiración. Todo iba bien hasta que, de repente, comenzaron a aparecer algunas nubes grises en el cielo.

"¡Ay! ¡Me parece que va a llover!" - dijo la tortuga Tina, mirando nerviosa.

"¿Y si se mojan nuestra partida y perdemos lo que hemos creado?" - insistió Ramón, que ya empezaba a preocuparse.

"No se preocupen, amigos. La lluvia será solo un nuevo ingrediente para nuestro juego. Podemos jugar bajo la lluvia y hacer que nuestros personajes también se mojen con sus propias aventuras, ¡será más divertido!" - exclamó Elmer, recordando su idea y aquella chispa creativa.

A pesar de las gotas que comenzaban a caer, los amigos decidieron continuar. A cada movimiento, la historia de su juego se hacía más emocionante, como si la lluvia fuera parte del mismo. Rieron y saltaron, sintiendo la frescura del agua, disfrutando del momento.

Finalmente, la tormenta pasó y un bello arcoiris apareció en el cielo. El juego había terminado, pero la diversión y la amistad se habían fortalecido. Elmer sonrió mientras miraba a sus amigos, se sentía feliz justamente porque había sido él mismo y no había dejado que el miedo dictara sus decisiones.

"¡Gracias, tablero!" - dijo Elmer, dándole una palmadita a su amigo de madera. "Hoy aprendí que a veces, lo más importante no son las reglas de un juego, sino cómo jugamos juntos."

Y así, ese día se convirtió en una historia en su selva, un relato que sería contado una y otra vez, recordando que con creatividad y amistad, ¡siempre habrá espacio para la diversión!

FIN.

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