Ema y el Jardín de la Disciplina



Era una mañana radiante en un pequeño pueblo argentino. Ema, una encantadora niña de siete años, se despertó con grandes sueños en su corazón. Ella quería ser la mejor jardinera del mundo. Tenía una pequeña maceta que su abuela le había regalado. Pero había un problema: Ema no era muy constante. A veces se olvidaba de regar sus plantas o de quitarles las malas hierbas, y su maceta estaba más seca que el desierto.

Un día, mientras observaba su triste planta, la abuela de Ema, la señora Rosa, la encontró frustrada.

"¿Qué sucede, Ema?" - preguntó la abuela.

"¡Quiero que mi planta crezca, pero no sé cómo cuidarla!" - respondió Ema, con el ceño fruncido.

"Tal vez necesites un poco de disciplina, mi amor. Si no cuidas tu planta todos los días, nunca crecerá sólida y hermosa". La abuela sonrió mientras acariciaba la maceta con ternura.

Ema reflexionó sobre las palabras de su abuela. Quería que su planta fuera hermosa, así que decidió poner en práctica la disciplina. Esa semana, Ema creó un calendario de riego y cuidado de su planta. Comenzó a regarla todas las mañanas y a quitarle las malas hierbas. Sin embargo, un día, sus amigos la invitaron a jugar al parque.

"¡Ema, ven a jugar!" - gritaron sus amigos.

"Pero... tengo que regar mi planta!" - contestó Ema, dudando.

"Solo será por un ratito, ¡no pasará nada!" - insistieron los amigos.

Ema decidió salir a jugar, pensando que podría regar su planta un poco más tarde. Pero cuando regresó, la planta tenía nuevas malas hierbas y la tierra estaba seca. Ema se sintió triste y al mismo tiempo, decepcionada consigo misma.

Al día siguiente, la abuela la encontró también triste.

"Ema, ¿qué te pasa?" - preguntó la señora Rosa, sentándose a su lado.

"Mi planta no creció porque no la cuidé como debía. Quise jugar y ahora está apagada..." - dijo Ema, con lágrimas en los ojos.

La abuela la abrazó.

"A veces, hay que hacer sacrificios para ver crecer lo que queremos. La disciplina no significa que no puedas jugar, sino que necesitas organizar tu tiempo". Ema escuchó atentamente y comenzó a pensar en cómo equilibrar las cosas.

A partir de ese día, Ema decidió que podía hacer ambas cosas. Se levantaba más temprano para regar su planta antes de salir a jugar. Hizo un trato con sus amigos de jugar todos juntos después de que ella cuidara su maceta. Comenzó a notar cambios. Su planta crecía cada día más fuerte, y sus amigos se unieron en su misión de cuidar el jardín de Ema.

Con el tiempo, el jardín se volvió un lugar hermoso, y la disciplina de Ema inspiró a otros niños.

"Ema, tu planta es increíble!" - exclamó su amigo Lucas.

"¡Gracias! Todo se debe a que aprendí a ser disciplinada" - dijo Ema con una gran sonrisa.

Finalmente, la señora Rosa le preparó una sorpresa a su nieta: una hermosa maceta de flores para agregar a su jardín. Al ver las flores, Ema se sintió feliz y agradecida.

"Tienes razón, abuela. La disciplina no solo me ayudó a cuidar mi planta, sino que también me enseñó a organizar mi tiempo y a disfrutar más momentos con mis amigos." - comentó Ema, sonriendo.

"Exactamente, mi cielo. Y recuerda, cada día puedes mejorar un poco más. Así crecemos juntos" - contestó la abuela.

Desde entonces, Ema se convirtió en la jardinera del barrio, ayudando a todos a cuidar sus plantas y recordándoles la importancia de la disciplina. Con el tiempo, Ema entendió que esta virtud no solo le ayudaba en su jardín, sino en todos los aspectos de su vida. Y así, un día, al mirar su jardín repleto de flores y sonrisas, celebró su aprendizaje junto a su querida abuela y sus amigos.

FIN.

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