Ema y la Torre de Color



Era un hermoso día de sol en el barrio de Ema. Todos conocían a la pequeña Ema, la princesa sin corona ni vestido, que siempre tenía una sonrisa en el rostro. Tenía cuatro años y su imaginación no conocía límites. Aquel día había decidido construir la torre más alta del mundo con sus bloques de colores.

Sentada en el suelo, comenzó a apilar los bloques: primero un rojo, luego un azul y después uno amarillo. Pero, por más que lo intentaba, cada vez que colocaba el bloque más alto, su torre se tambaleaba y se desmoronaba.

"¡No puedo hacerlo!" exclamó Ema, frustrada. Sus ojos brillaban con lágrimas.

De repente, una voz suave y melodiosa se oyó detrás de ella. Era su amigo Martín, que siempre sabía cómo hacerse notar.

"- ¿Qué te pasa, Ema?" preguntó, inclinándose para mirar la torre en ruinas.

"- Quiero construir la torre más alta del mundo, pero no puedo. Los bloques siempre se caen", respondió Ema, con un puchero.

Martín sonrió. "- ¡No te preocupes! A veces, para construir algo grande, hay que empezar por algo más pequeño. ¿Qué te parece si hacemos una base más grande?"

Ema lo miró con curiosidad. "- ¿Una base más grande?"

"- Sí", dijo Martín. "Podemos usar tres bloques en la parte de abajo, así será más fuerte y resistente. Luego, vamos a seguir apilando los demás por encima. ¡Probemos!"

Ema sonrió, sintiéndose un poco más animada. Juntos comenzaron a construir una base de tres bloques. Ema eligió un bloque verde para el centro, lo cual era muy importante porque tenía que ser el más fuerte. Con cuidado, colocó los bloques a su alrededor.

"- ¡Bien! Ahora vamos a poner los siguientes bloques!" dijo Martín. Con cada nuevo bloque que colocaban, la emoción de Ema crecía.

De pronto, mientras Ema levantaba un bloque rojo, se dio cuenta de que ya no solo estaban construyendo una torre, estaban creando un castillo, una fortaleza de colores.

"- ¡Mirá, Martín! ¡Es un castillo!"

"- ¡Sí, es cierto! ¡Es el castillo más hermoso que he visto!" respondió él, aplaudiendo.

A medida que seguían construyendo, las cosas no siempre salían como esperaban. En una ocasión, la torre se derrumbó de nuevo, pero Ema no se rindió.

"- ¡Intentémoslo de nuevo!" dijo Ema con determinación.

El tiempo pasaba, y con cada nuevo intento, la torre se hacía un poco más alta y un poco más fuerte. Pronto, los otros niños del barrio empezaron a acercarse para ver lo que hacían.

"- ¿Qué están construyendo?" preguntó Lola, una amiguita que no se había dado cuenta de lo que sucedía.

"- ¡Un castillo de colores!" exclamó Ema, llena de orgullo.

"- ¡Puedo ayudar!" se ofreció, y pronto, más amigos se unieron, trayendo bloques de diferentes formas y tamaños.

Primeramente, la torre seguía moviéndose y a punto de caer, pero todas las risas y las ideas creativas de los nuevos amigos hicieron que el castillo cobrara vida. A cada bloque que colocaban, había un nuevo grito de alegría y un aplauso.

Al final del día, Ema y sus amigos lograron construir la torre más alta del barrio. Miraban con asombro su creación, que tocaba casi el cielo.

"- ¡Lo hicimos!" dijo Ema, saltando de felicidad.

"- Claro que sí, porque nunca te rendiste y trabajaste en equipo, lo que es lo más importante", dijo Martín, sonriendo.

Ema sonrió y miró a sus amigos. En ese momento, se dio cuenta de que la verdadera fortaleza de la torre no solo estaba en los bloques, sino en el apoyo y la amistad que habían compartido. Todos aprendieron que no importa cuántas veces se caiga algo, lo importante es levantarse y volver a intentarlo, juntos.

Así que la pequeña princesa, sin corona ni vestido, celebró su castillo con sus amigos, prometiendo que cada vez que se enfrentaran a un desafío, lo harían con la fuerza y la amistad de todos. Y así, desde ese día, cada vez que un bloque caía, no se sentían quebrados, sino listos para construir algo aún mejor juntos.

FIN.

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