Emilce, la niña que juega con los perros
En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Emilce, que tenía una imaginación desbordante y un amor enorme por los animales, especialmente por los perros. Todos los días, después de la escuela, Emilce corría al parque del barrio donde sabía que muchos perritos la estaban esperando.
Un soleado día de primavera, Emilce llegó al parque y vio una escena inusual. Un grupo de niños estaba rodeando a un perro grande y animal que parecía asustado. Emilce se acercó y, con su voz suave, les dijo:
"Chicos, dejemos que se acerque solo. Está asustado."
Los niños la miraron de reojo, pero Emilce se agachó y empezó a llamarlo. El perro, que tenía un collar azul y un ojito claro, dudó un momento, pero luego se acercó lentamente.
"¿Ves? No es malo, solo tiene miedo."
"¿Sabés su nombre?" preguntó uno de los chicos.
"No, pero yo le voy a poner Lobo, porque parece un guerrero."
Emilce se ganó rápidamente la confianza de Lobo. Al poco tiempo, todos los niños del parque estaban jugando con el perro, lanzándole pelotas y haciéndolo correr. Pero, de repente, un grupo de niños más grandes llegó al parque y comenzaron a asustar a Lobo, tirándole agua y burlándose de él.
"¡Eh, no! ¡Eso no se hace!" gritó Emilce, corriendo hacia el grupo.
"Nosotros solo estamos jugando" se defended una de las chicas, riéndose.
"Pero con Lobo no es un juego. Está asustado y no debería estar así. Hay que aprender a respetar a los animales."
Los ojos de los más grandes se ampliaron, sorprendidos por la valentía de Emilce.
"¿Y por qué te importa tanto?" le preguntaron.
"Porque los animales sienten también. No son juguetes para usar y tirar. Ellos solo quieren amor y cuidado, como nosotros."
Los niños grandes se quedaron en silencio. Por un momento, Emilce logró que pensaran. Al final, comenzaron a acercarse a Lobo de otra manera, con más curiosidad y menos miedo.
"Podemos aprender a jugar con él, ¿verdad?" dijo uno de ellos, abrazando al perro.
Fue un giro inesperado. Los nuevos amigos empezaron a jugar en equipo, con Emilce liderando el juego. Pero todo cambió cuando vieron que Lobo se alejaba, mirando hacia el otro lado del parque. Emilce lo siguió y descubrió que el perro estaba mirando una perrita pequeña, perdida y temblando de frío.
"¡Miren! Hay otra perra. ¡Vamos a ayudarla!" dijo Emilce emocionada.
Todos se unieron en una búsqueda para consolar a la perrita. Con mucha paciencia y un poco de comida, lograron convencerla de que se acercara. Emilce le puso el nombre de Luna.
"Vi un cartel cerca de aquí. Tal vez la estén buscando"," dijo uno de los niños de mayor tamaño.
"Sí, hay que ayudarla a volver a su casa" afirmó Emilce.
Con Luna y Lobo a su lado, Emilce y los otros niños se dispusieron a buscar al dueño de la perrita. Unos minutos más tarde, encontraron un hombre angustiado que llamaba a Luna. El hombre sonrió al ver a su perrita y corrió a abrazarla.
"¡Gracias! No sé qué habría hecho si no la encontrás!" exclamó el hombre, arrodillándose para acariciar a Luna.
Emilce miró a los niños, y sus ojos brillaban de satisfacción.
"Esto es lo que sucede cuando trabajamos juntos. Los animales son nuestros amigos y merecen nuestro respeto," dijo Emilce.
Desde aquel día, el parque se convirtió en un lugar especial donde todos los niños aprendieron a cuidar de los animales y a ser mejores amigos. Emilce, con su bondad y valentía, inspiró a todos a jugar de forma responsable y a cuidar a sus nuevos compañeros animals. Y Lobo y Luna se convirtieron en los mejores amigos de todos, corriendo felices cada tarde en el parque.
Así, la historia de Emilce no solo trajo amistad y alegría, sino que también enseñó a todos en el barrio la importancia de cuidar y respetar a los animales. Por eso, después de cada juego, Emilce decía:
"Recordá siempre, jugar es más divertido si somos amables."
FIN.