Emilia, la niña prodigio



Emilia era una niña prodigio que iluminaba cada rincón de la escuela. Con su impecable promedio, elogiada por sus maestros y compañeros, siempre iba de frente, lista para afrontar cualquier reto. Pero había algo más: su pasión por el deporte. Ya fuera en ajedrez, natación o atletismo, Emilia había demostrado ser una competidora feroz.

Un día, mientras entrenaba para una competencia de natación, su amiga Ana se le acercó con una cara preocupada.

"Emilia, ¿te enteraste de la competencia internacional de ajedrez que se organiza el mes que viene?" - preguntó Ana.

"¡Sí! Pero tengo que prepararme para el torneo de natación en el mismo período. No sé qué hacer" - respondió Emilia, frunciendo el ceño.

La cabeza de Emilia daba vueltas, atrapada entre dos pasiones. Sin embargo, su deseo de aprender y mejorar siempre podía más. Decidió que iba a entrenar intensamente para ambas competencias.

Días después, el entrenador de ajedrez, el Sr. López, notó que Emilia estaba distrayéndose un poco durante las prácticas.

"Emilia, pareces un poco ausente. ¿Todo bien?" - le dijo el Sr. López.

"Es solo que estoy entrenando para varias cosas a la vez. A veces siento que no puedo con todo" - se sinceró Emilia.

El Sr. López sonrió y le dijo:

"Recuerda que siempre puedes dividir tu tiempo. A veces, hacer un poco de cada cosa puede ser más efectivo que mucho de una sola. ¿Qué tal si establecemos un horario?" - propuso amablemente.

Emilia agradeció la idea y, tras unos días de esforzada organización, logró repartirse entre el ajedrez y la natación. Pronto, sus amigos empezaron a notar un cambio.

Un fin de semana, cuando estaban en una competencia de natación, Emilia se enfrentó en la final a un rival formidable. En el último tramo de la carrera, cuando el cansancio casi la vencía, escuchó a su amigo Lucas gritar:

"¡Vamos, Emilia! ¡Podés! ¡No te rindas!"

Con un empujón de energía, Emilia se lanzó al agua con todas sus fuerzas, logrando llegar a la meta justo antes que su opositora. Todos la aplaudieron entusiasmados, pero a ella le brillaron los ojos por un momento especial:

"¡Lo logré!"

El día de la competencia de ajedrez llegó, y Emilia se sentía nerviosa. Había estudiado todos los movimientos posibles, pero eso no la tranquilizaba.

"Emilia, recordá lo que hablamos. Respirá profundo y acordate de los pasos que preparaste. ¡Podés hacerlo!" - la alentó Ana desde la tribuna.

En la primera ronda, Emilia se encontró frente a un joven competidor de un país lejano. Con habilidad y astucia, logró superarlo. A cada paso, en cada partida, su confianza fue en aumento. Llegó hasta la final y, una vez más, los nervios comenzaron a asomarse.

"Recuerda, ¡tú eres la mejor!" - se decía mientras miraba el tablero de ajedrez.

Con cada movimiento, su mente se llenaba de estrategias y, finalmente, logró ganar contra todos los pronósticos. El aplauso del público resonó como un eco en su corazón.

Ya había pasado una semana desde las competiciones, y Emilia sentía que había aprendido más que sólo ganar. Lo más importante había sido sobre la organización, la dedicación y la sabiduría de pedir ayuda.

"Gracias, Sr. López, gracias, Ana, gracias a todos. Sé que puedo lograr lo que quiero, porque tengo a mis amigos y maestros que siempre me apoyan" - comentó Emilia en el aula, mirando a todos con una sonrisa.

"Y eso es lo más valioso" - le contestó su maestra, la Sra. García, con orgullo.

Emilia comprendió que el verdadero triunfo no estaba únicamente en los trofeos, sino en las experiencias vividas y el apoyo de su entorno. Con su beca estudiantil, situada entre sus sueños y metas, preparó un futuro lleno de esperanzas y aventuras.

FIN.

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