Emilia y el jardín de los colores
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, una niña llamada Emilia. Tenía seis años y su mayor pasión eran los colores y los animales. Cada vez que podía, salía al patio de su casa con su caja de crayones, dispuesta a dibujar lo que más le gustaba: ardillas, mariposas, flores de todos los colores y, por supuesto, su mascota, un gato llamado Toby, que siempre la acompañaba en sus aventuras creativas.
Un día, mientras Emilia estaba sentada en el césped dibujando un elefante rosa con lunares azules, oyó un ruido proveniente del jardín de la vecina, doña Rosa. La curiosidad la llevó a asomarse por la cerca.
"¡Hola!" - llamó Emilia.
"¿Hola? ¿Quién habla?" - contestó doña Rosa, una señora mayor que estaba regando sus plantas.
"Soy Emilia, vivo ahí" - dijo señalando su casa. "¿Qué estás haciendo que tiene tanto olor a flores?".
"Estoy cuidando mis plantas, querida. Son parte de un jardín especial que estoy creando" - explicó doña Rosa con una sonrisa.
Emilia, intrigada, se acercó un poco más y le dijo:
"Me encantaría tener un jardín lleno de colores. Pero no sé por dónde empezar."
"¡Te puedo ayudar!" - dijo doña Rosa entusiasmada. "Pero primero tendrás que aprender a cuidar de los animales y las plantas, porque son como amigos, ¡hay que quererlos mucho!".
Así nació el plan de Emilia y doña Rosa. Emilia pasaba cada tarde ayudando a regar las plantas, y a cambio, doña Rosa le enseñaba sobre cada flor. Juntas plantaron girasoles amarillos, petunias moradas, y claveles rosados. Pero un día, algo inesperado sucedió.
Mientras Emilia estaba dibujando un pájaro azul en su cuaderno, vio que un grupo de mariposas se posaron sobre una de las nuevas plantas. Entonces a una mariposa le llamó la atención su dibujo.
"¿Por qué has dibujado un pájaro tan triste?" - preguntó la mariposa con voz dulce.
Emilia se sorprendió al escuchar a la mariposa hablar. "No es un pájaro triste, es mi amigo, pero le gustaría tener colores más vivos".
"Si quieres, puedo ayudarte a darle vida. En el bosque hay un arbusto mágico que puede dar colores a tus dibujos" - dijo la mariposa.
Emilia no pudo resistir la emoción. "¿De verdad? ¡Eso sería increíble!"
"Podrías ir conmigo, pero necesitarás de un valiente compañero". La mariposa miró a Toby, el gato, que dormía despreocupadamente bajo la sombra de un árbol.
Emilia fue corriendo a despertarlo. "Toby, ¡tenemos una aventura!" - gritó.
"Zzz... ¿Aventura?" - respondió Toby entre sueños.
"Sí, tenemos que ir al bosque para darle más colores a mi dibujo" - insistió Emilia.
Toby estiró sus patitas y, ya despierto, decidió que la aventura podía ser divertida.
Así que, Emilia, Toby y la mariposa volaron hacia el bosque. Al llegar, notaron que todo era mucho más colorido y vibrante de lo que habían imaginado. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que el arbusto mágico estaba custodiado por un travieso duende que no quería compartir su secreto.
"¿Quiénes se atreven a entrar a mi reino?" - preguntó el duende, cruzado de brazos.
"Estamos aquí para obtener colores para los dibujos de Emilia" - contestó la mariposa.
El duende sonrió. "Pero a cambio, deben resolver un acertijo. Si lo logran, les daré un poco de magia para llevarse a casa. ¿Listos?".
Todos asintieron con entusiasmo. El duende les planteó un acertijo sobre los colores del arcoíris. Emilia y Toby pensaron juntos, y después de un rato, lograron resolverlo.
"¡Lo tenemos!" - exclamó Emilia.
El duende, sorprendido por su ingenio, les dijo: "Está bien, criaturas creativas. Aquí tienen un poco de mi magia. Recuerden que los colores son hermosos, pero siempre deben cuidarlos con amor".
Con un toque de su varita, el duende hizo que un destello de colores volara hacia Emilia.
Al regresar a casa, Emilia comenzó a dibujar y se dio cuenta de que los colores vibrantes le traían aún más felicidad. Con sus nuevos colores, creó un paisaje hermoso lleno de animales que danzaban y jugaban, reflejando la alegría que había encontrado en su aventura.
"¡Miren, Toby! ¡Ahora mis dibujos son más alegres!" - dijo emocionada. Toby ronroneó, feliz y complacido.
Desde aquel día, Emilia no sólo cuidó de su jardín y animales, sino que se convirtió en una artista que inspiraba a otros niños en el barrio a explorar la naturaleza y expresarse a través del arte.
A menudo, visitaba a doña Rosa, quien seguía enseñándole sobre plantas y colores. Juntas llenaban el barrio de alegría y colores, porque Emilia había aprendido que, al igual que las plantas y los animales, su creatividad también merecía ser cuidada.
Y así, Emilia y el jardín de los colores siguieron llenando de luz y alegría aquellos días soleados de Buenos Aires, demostrando que la amistad, la naturaleza y la creatividad son los ingredientes mágicos de la vida.
FIN.