Emilia y el Secreto del Sueño
En un reino lejano, donde los árboles eran tan altos que parecían querer tocar el cielo, nació una pequeña princesa llamada Emilia. Desde su primer día en el mundo, Emilia era encantadora: tenía unos ojos brillantes como las estrellas y un pequeño lunar en su mejilla que la hacía aún más especial. Pero había un pequeño problema: ¡Emilia no podía dormir!
- ¡Oh, mi dulce princesa! - decía la Reina mientras cantaba suaves melodías para arrullarla. - ¡No te preocupes! Pronto dormirás como un tronco.
Sin embargo, cada vez que la Reina intentaba acunarla, Emilia miraba alrededor, fascinada por todo lo que la rodeaba. Desde los llenos campos de girasoles hasta los colores del atardecer, todo era emocionante y nuevo para ella.
Una noche, cansada de dar vueltas en su cuna, Emilia decidió que era hora de aventurarse a explorar. Con un suave empujón, hizo que su pequeña cuna se moviera hacia la puerta del palacio. La curiosidad la guiaba. Salió sigilosamente mientras todos dormían.
- ¡Nadie podrá detenerme! - pensó Emilia emocionada.
Desde los jardines del palacio, el aroma de las flores nocturnas la envolvió. Pasó entre rosas y jazmines, cuando de repente, escuchó un susurro.
- ¿Quién anda ahí? - preguntó un pequeño ratón llamado Lucho, que se asomó entre los arbustos.
- ¡Soy Emilia, la princesa! - dijo con una sonrisa. - Estoy buscando algo que me ayude a dormir.
Lucho la miró con curiosidad. - A veces el sueño llega si encuentras la calma. Pero puede que necesites la ayuda de algunos amigos.
Intrigada, Emilia le pidió que la ayudara.
- ¿Qué amigos tenés en mente? - preguntó.
- Seguime - dijo Lucho, y juntos se adentraron más en los jardines, hasta llegar al estanque iluminado por la luna. Allí, unas luciérnagas brillaban como pequeñas estrellas.
- ¡Hola! - saludó Emilia, y las luciérnagas parpadearon en respuesta. - ¿Podrían ayudarme a dormir?
- Claro, - dijo una luciérnaga llamada Lila - pero primero debés aprender a relajarte. Vamos a hacer un juego.
Juntas, comenzaron a jugar a contar estrellas. Emilia se acomodó en el césped y comenzó a concentrarse en los parpadeos de las luciérnagas.
- Uno, dos, tres... - contaba mientras los ojos se le iban cerrando.
De pronto, un gran búho sabio apareció, lanzando un suave hoot.
- ¿Qué sucede aquí? - preguntó el búho con su voz profunda.
- ¡Oh, gran búho! - exclamó Emilia. - No puedo dormir y mis amigos están ayudándome. Pero aún no tengo éxito.
- La calma del corazón es la clave. - respondió el búho. – A veces, es necesario dejar ir todo lo que nos preocupa.
- ¿Cómo puedo dejar ir esas cosas? - se preguntó Emilia.
- Hay que imaginar que cada preocupación es como una nube en el cielo. - explicó el búho. - Visualízalas y, al exhalar, imagina que se deslizan lejos de ti.
Emilia intentó lo que el búho le decía. Con cada respiración, comenzó a visualizar sus preocupaciones como nubes que se iban desvaneciendo. Al cerrar los ojos, sintió que el cansancio la envolvía.
- ¡Mirá! - gritó Lucho emocionado. - ¡Está funcionando! ¡Qué emocionante!
Finalmente, con un susurro suave del viento y la luz de las luciérnagas danzando alrededor, Emilia se dejó llevar y se quedó profundamente dormida.
A la mañana siguiente, se despertó en su cuna, con la Reina a su lado, quien la miraba con cariño.
- ¿Tuviste una buena noche, mi amor? - preguntó la Reina, acariciando su frente.
- ¡Sí, mamá! - exclamó Emilia. - Y conocí a muchos amigos que me enseñaron sobre la calma y el poder del sueño.
Desde ese día, Emilia aprendió a relajarse y dejar ir las pequeñas preocupaciones antes de dormir. Las noches ya no eran largas y difíciles, sino mágicas y llenas de sueños.
Y así, en el hermoso reino, la princesa Emilia siguió creciendo, pero siempre recordando una valiosa lección: a veces, para encontrar la paz, solo hay que dejar que las nubes se vayan y dejarse llevar por el susurro del sueño.
FIN.