Emilio y el Diente Roto



Era una mañana soleada en el barrio de Villa Esperanza, donde vivía un niño llamado Emilio. Emilio era conocido por su energía inagotable y su sonrisa contagiosa, pero había algo que lo hacía diferente: tenía un diente roto. No era cualquier diente, era su diente delantero, lo que hacía que al sonreír, su aspecto fuera un poco peculiar. Sin embargo, a Emilio eso no le preocupaba demasiado, él creía que todos eran únicos de alguna manera.

Un día, mientras jugaba en el parque, Emilio decidió participar en una competencia de pesca de papel que organizaban los grandes del barrio. El premio era una enorme bolsa de golosinas. Emocionado, se acercó a sus amigos:

"¡Chicos, vengo a participar!" - gritó.

Sus amigos lo miraron un poco extrañados, pero no dijeron nada. Sabían que Emilio siempre estaba dispuesto a jugar. Durante la competencia, cuando le tocó lanzar su anzuelo de papel, ¡oh sorpresa! ¡Pescó un pez de papel dorado! Los gritos de emoción resonaron en todo el recinto.

"¡Miren lo que pesqué!" - exclamó Emilio, mostrándolo con orgullo.

Pero un niño mayor, Nacho, se acercó y dijo:

"Esa no es forma de pescar, Emilio. Tu diente roto te hace ver diferente, y eso puede hacer que los demás no te tomen en serio en las competencias."

Emilio se sintió un poco mal por lo que dijo Nacho, pero se armó de valor y respondió:

"A lo mejor no te parece serio, pero yo me divierto y eso es lo que importa."

A medida que continuaba la competencia, muchos comenzaron a aplaudirle porque, a pesar de su diente roto, había demostrado ser muy hábil. Empezó a olvidar lo que le había dicho Nacho y a enfocarse en lo que realmente disfrutaba. Entonces, al final de la competencia, se llevó la gran bolsa de golosinas.

Camino a casa, Emilio se cruzó con su abuela.

"¿Cómo te fue en la competencia, mi amor?" - le preguntó con una gran sonrisa.

"¡Me fue genial, abuela! Gané y pesqué el pez de papel dorado."

Su abuela lo miró y, con ternura, le dijo:

"Sabés, Emilio. A veces la gente se fija más en lo superficial y se olvida de lo importante que es ser uno mismo."

Esas palabras resonaron en la cabeza de Emilio. Decidió compartirlas con sus amigos:

"Chicos, el diente roto no me hace menos. Soy igual a ustedes, sólo que tengo una sonrisa diferente. Y eso es lo que me hace especial."

Sin embargo, la noticia del diente roto de Emilio llegó a oídos de un grupo de niños mayores, quienes decidieron burlarse de él. En un juego de la escuela, empezaron a gritar:

"¡Emilio, el niño del diente roto! ¡El que no puede sonreír bien!"

Emilio, aunque dolido, respiró hondo y decidió enfrentar la situación:

"¡Oigan! A lo mejor no tengo el diente perfecto, pero eso no me impide ser feliz. Tal vez ustedes tengan dientes bonitos, pero eso no los hace mejores personas. ¿No les parece que podríamos jugar todos juntos?".

Los niños se quedaron en silencio, sorprendidos por la valentía de Emilio. En ese momento, uno de ellos, que solía ser el más burlón, se acercó y dijo:

"Tenés razón, Emilio. No deberíamos reírnos de lo que no entendemos. Somos más que nuestra apariencia. ¿Te gustaría jugar?".

"¡Claro!" - respondió Emilio, sonriendo con su diente roto.

Desde aquel día, Emilio se convirtió en un verdadero ejemplo de aceptación en su barrio. Organizaba competencias y juegos, y la gente le brillaba a su alrededor, ya no le importaba lo que decían sobre su diente. Era feliz tal y como era.

Con el tiempo, el diente de Emilio se cayó, y aunque solo le quedaba un pequeño hueco, decidió que la alegría de ser uno mismo no dependía de lo que los demás pudieran pensar. Al contrario, había aprendido que ser diferente era lo que lo hacía único.

Emilio nunca olvidó la lección que le dio su abuela y, cuando algún niño se sentía inseguro por alguna razón, siempre le decía:

"¡Sonríe! Tu esencia es lo que realmente importa en este mundo."

FIN.

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