Emilio y el Gran Primer Día
Emilio era un niño de siete años lleno de curiosidad y entusiasmo. Había estado esperando con ansias su primer día en el nuevo colegio, un lugar donde conocería a muchos compañeros y aprendería cosas nuevas. Sin embargo, al levantarse esa mañana, se sintió un poco nervioso. "¿Y si no tengo amigos?", pensó.
Al llegar a la escuela, Emilio observó el gran edificio con colores brillantes y un patio lleno de juegos. Su mamá le dio un abrazo y le dijo: "Emilio, recordá que todos están tan emocionados como vos. Solo tenés que ser vos mismo". Con esas palabras en mente, Emilio tomó aire y entró al aula.
Los niños lo miraron con curiosidad. La maestra, la señorita Laura, los animó. "Chicos, hoy tenemos un nuevo amiguito en la clase. Su nombre es Emilio". Al escuchar su nombre, Emilio sonrió tímidamente.
Durante el recreo, Emilio vio a un grupo de chicos jugando al fútbol. Quiso unirse, pero dudó. ¿Y si no sabían que él nunca había jugado? Al final, tomó coraje y se acercó. "¿Puedo jugar con ustedes?".
"¡Claro!", respondió Tomás, uno de los chicos del grupo. "Solo necesitas gritar 'yo tengo la pelota' cuando la tengas". Emilio asintió y corrió a la cancha. Hizo un buen pase y, para su sorpresa, todos lo animaron. "¡Bien, Emilio!". Comenzó a sentirse más cómodo, y los miedos del primer día comenzaron a desvanecerse.
Sin embargo, durante la clase de ciencias, un giro inesperado ocurrió. La señorita Laura anunció que iban a trabajar en parejas. Emilio quería tener un compañero, pero no sabía a quién elegir. Miró alrededor y vio que a muchos de los chicos les había tocado trabajar juntos.
Así que decidió hacer algo audaz. Se acercó a una niña que estaba sola, leyendo un libro. "Hola, ¿te gustaría ser mi compañera?". La niña lo miró sorprendida. "Sí, claro, soy Sofía". Juntos comenzaron a hacer un experimento con plantas y, a medida que trabajaban, Emilio se dio cuenta de lo divertido que era colaborar con otros.
Ya avanzada la clase, se acercaron a la mesa de la maestra para mostrar su trabajo. "Mirá, hicimos un invernadero", dijo Emilio con orgullo. La señorita Laura sonrió y les dijo que su proyecto era muy creativo. Emilio se sintió el niño más feliz del mundo.
Al final del día, mientras sus compañeros se iban, Emilio se quedó un momento mirando el patio. Se dio cuenta de que, a veces, dar el primer paso puede resultar en cosas maravillosas. Se acercó a Sofía, que también se estaba despidiendo. "¿Quieres jugar mañana después de clases?". "¡Sí!", dijo Sofía sonriendo.
Cuando Emilio llegó a casa, corrió a contarle a su mamá. "Tuve un día increíble, hice una nueva amiga y hasta jugué fútbol!".
"Lo sabía, Emilio, solo necesitabas aventurarte a conocer a otros". La sonrisa de su madre le llenó el corazón. Emilio se dio cuenta de que su miedo inicial no era más que un pequeño bache, y que con valentía y amabilidad podía convertir esos baches en puentes hacia nuevas amistades.
Así fue como Emilio, en su primer día en el nuevo colegio, no solo descubrió un espacio lleno de aprendizaje, sino también un lugar donde podría formar lazos inquebrantables de amistad y confianza. Y, cada vez que se sentía nervioso por algo nuevo, recordaba ese día y cómo, a veces, la gran aventura comienza con un simple "Hola, ¿puedo ser tu amigo?"
FIN.