Emilio y el misterio de los patos
Emilio era un nene del campo que disfrutaba de correr por la alameda, jugar con su perro y ayudar a su papá en la granja. Sin embargo, había una cosa que le daba mucho miedo: los patos. Desde que era muy chico, Emilio había escuchado historias sobre ellos. "Los patos son traviesos y pueden morder", decía su abuela, y esa advertencia había quedado grabada en su mente. Siempre que oía quack, quack, su corazón empezaba a latir más rápido, y recortaba su camino si veía a unos patitos en la laguna cerca de su casa.
Un día, mientras estaba jugando en el campo, Emilio escuchó un ruido extraño. Era un patito que había quedado atascado en unos arbustos.
"¡Ayuda! ¡Ayuda!" gritaba el patito, estirando su pequeño cuello. Emilio, temeroso, se detuvo a observar.
"¡No! ¡No puedo! ¡Son patos!" se decía a sí mismo, llenándose de temores. Pero algo en la voz del patito le hizo cuestionar su miedo. Al acercarse un poco más, pudo ver que el patito intentaba liberarse, pero no podía.
"¡Por favor! ¡Ayúdame!" volvió a clamar el patito con desesperación.
Emilio sintió un cosquilleo en el estómago. No podía dejarlo así. Reuniendo todo su valor, se acercó despacio.
"No te preocupes, voy a ayudarte" dijo Emilio, aunque su voz temblaba un poco.
Con delicadeza, fue apartando las ramas que atrapaban al patito hasta que finalmente logró liberarlo. El patito, feliz y agradecido, empezó a saltar de alegría.
"¡Gracias, amigo! ¡Nunca creí que me ayudaría un humano!" dijo el patito, moviendo el alerón de su cola.
Emilio sonrió. A pesar del miedo que había sentido, había logrado ayudar a alguien. Pero aún no se sentía completamente a gusto cerca de los patos. Con su corazón aún latiendo rápido, decidió que era momento de volver a casa.
Sin embargo, al darse la vuelta, notó que el patito lo seguía.
"¿Por qué me sigues?" le preguntó Emilio, preocupado.
"Porque ahora somos amigos y siempre estoy aquí para jugar!" respondió el patito, dando vueltas alrededor de los pies de Emilio.
Emilio rió, y agradécidamente sintió que el miedo empezaba a desvanecerse. Así que un día después decidió acercarse a la laguna donde jugaban todos los patos. Con el patito que había rescatado como compañero, se atrevió a acercarse a los otros patitos que nadaban en el agua.
"Hola, soy Emilio y este es mi amigo Patito" dijo mientras caminaba con más confianza.
Los otros patitos se acercaron.
"¿Haz venido a jugar?" le preguntó un pato de plumas blancas llamado Pato Blanco.
Emilio miró sorprendido.
"¿Jugar?" repitió, lleno de curiosidad.
Los patitos comenzaron a jugar entre ellos, saltando y chapoteando en el agua, haciendo splash. Frustrado por no unirse, Emilio les miró, hasta que finalmente se atrevió a ingresar al agua.
"¡Woohoo! ¡Esto es divertido!" gritó mientras los patos lo rodeaban. El miedo que sentía se había desvanecido, y se dio cuenta de que realmente les podía disfrutar y divertirse con ellos.
Desde ese día, Emilio no solo superó su miedo a los patos, sino que se volvió su mejor amigo. Aprendió a escuchar las historias que cada uno tenía. Descubrió que los patos no eran traviesos ni peligrosos, sino que eran seres juguetones que solo querían compartir su alegría. Y cada vez que oía el característico "quack, quack" de los patos, ya no se asustaba. En lugar de eso, sonreía, sabiendo que eran sus amigos y que nunca lo dejarían solo.
Con el tiempo, Emilio se convirtió en el experto cuidador de la laguna y les enseñó a muchos de sus amigos a no temerles a los patos, sino a apreciar y querer a todos los habitantes del campo. Así, el chico que una vez les tuvo miedo, se volvió el protector de los patos, demostrando que a veces, solo hace falta un poco de valentía para superar los mayores temores.
FIN.