Emma y el Jardín de los Sentimientos



Había una vez, en un pequeño pueblo, una niña llamada Emma. Emma era extremadamente curiosa; le encantaba hacer preguntas y explorar el mundo a su alrededor. Pero había algo que la intrigaba más que cualquier otra cosa: sus propios sentimientos. A veces, se reía hasta llorar, y otras, fruncía el ceño sin saber por qué. Esto la hacía preguntarse: "¿Por qué siento lo que siento?"-

Un día, mientras exploraba su jardín, Emma encontró una puerta pequeña entre algunos arbustos. La puerta estaba decorada con flores brillantes y tenía un letrero que decía: "Jardín de los Sentimientos". Con su habitual curiosidad, Emma decidió abrirla. Al cruzar el umbral, se encontró en un lugar mágico, lleno de colores vibrantes y criaturas fantásticas.

En el centro del jardín, había un árbol enorme que parecía hablar. "Hola, Emma. Bienvenida al Jardín de los Sentimientos. Puedes preguntarme lo que quieras sobre tus emociones"-, dijo el árbol con una voz suave.

Emma, emocionada, le preguntó: "¿Por qué a veces me siento tan feliz y otras veces tan triste?"-

El árbol sonrió y respondió: "Las emociones son como las estaciones del año. A veces hace sol, otras veces llueve, y de vez en cuando hay tormentas. Cada emoción que sientes es una manera de expresarte y conocer el mundo"-.

Curiosa, Emma siguió preguntando: "¿Y por qué a veces me enojo sin razón?"-

El árbol asintió con comprensión. "El enojo puede ser como una nube gris que llega sin avisar. A veces, tienes que aprender a entender por qué llega e incluso a encontrar maneras de dejarla ir. Puedes hablar con tus amigos o escribir en un diario, por ejemplo"-.

Emma se sentó un rato para pensar sobre lo que había aprendido. Luego, en el jardín, conoció a otros personajes. Había una mariposa que siempre reía y una tortuga que tomaba su tiempo para reflexionar. "Yo me alegro al ver a mis amigos – dijo la mariposa-, pero también tengo mis días de tristeza, y eso está bien"-.

La tortuga también agregó: "Y cuando me enojo, me gusta dar un paseo para calmarme. Cada uno maneja sus sentimientos de manera diferente"-.

Con cada conversación, Emma comprendía más sobre su propio corazón. Pero luego descubrió algo triste: una flor en el jardín estaba marchitándose. "¿Qué le sucede a esa flor?"- preguntó.

El árbol respondió: "A veces nos olvidamos de cuidar nuestros sentimientos, igual que la flor necesita agua y sol. Si ignoras lo que sientes, pueden atrofiarse tus emociones como esa flor que no recibe cuidados"-.

Emma decidió ayudar. Juntó suficientes gotas de rocío de otras flores y regó la florecita. "Volverás a florecer, verás"-, le dijo con ternura.

Unos días después, al regresar, Emma se sorprendió al ver cómo la flor había revivido. "¿Ves? Es importante cuidar los sentimientos, tanto los de uno mismo como los de los demás"-, le explicó el árbol.

Finalmente, llegó el momento de regresar a casa. Emma se despidió de sus nuevos amigos y prometió volver pronto. Antes de cruzar la puerta de regreso, el árbol le dio un último consejo: "Recuerda, Emma, tus emociones son poderosas, no les tengas miedo. Aprende a conocerlas y a cuidarlas, y siempre podrás encontrar el equilibrio"-.

Al volver a casa, Emma se sintió diferente. Con cada emoción que sentía, recordaba su visita al Jardín de los Sentimientos. Desde ese día, decidió escribir en su diario cada vez que sentía algo fuerte. Descubrirse a sí misma se convirtió en una aventura tanto como su curiosidad por el mundo.

Emma aprendió a ver sus emociones como amigos que la ayudaban a crecer. Y así, con cada nuevo día, su curiosidad la llevó a un viaje lleno de descubrimientos, y sus sentimientos, que solían ser un misterio, se convirtieron en compañeros de vida.

FIN.

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