Emma y el Piano Mágico
Era una soleada mañana en el pequeño pueblo de Armonía donde vivía una niña llamada Emma. Desde que había escuchado a su mamá tocar el piano, Emma se había enamorado de esa hermosa melodía que llenaba el aire. Un día, decidió que ¡ella también quería tocar!
Así que, emocionada, corrió hacia el piano de su mamá. Se acomodó en el banco y, con una sonrisa en el rostro, empezó a presionar algunas teclas.
"¡Esto es fácil!", se dijo Emma, mientras tocaba algunas notas al azar.
Pero cuando intentó tocar una canción que había escuchado, su dedo se enredó y sonó un ruido extraño.
"Ay, no me sale", murmuró Emma, sintiendo una punzada de frustración en su corazón.
Su mamá, que estaba en la cocina, escuchó los ruidos del piano y se acercó rápidamente.
"¿Qué te pasa, Emma?", preguntó con tono suave.
"Quiero tocar esta canción, pero no puedo. Es muy difícil", se quejó Emma, con los ojos llenos de decepción.
"A veces, las cosas que realmente queremos hacer parecen difíciles al principio. Pero recordar que la práctica hace al maestro. ¿Te gustaría que te enseñe un poco?", sonrió su mamá.
Emma asintió, emocionada. Su mamá se sentó a su lado y le mostró las notas. Comenzaron a practicar juntas, tocando una y otra vez. Pero a pesar de su esfuerzo, Emma no del todo podía hacerlo como quería.
"¿Por qué es tan complicado?", preguntó Emma, rascándose la cabeza.
"Porque aprender es un proceso, y a veces puede ser frustrante. Pero eso también es parte de la diversión. Vamos a tomar un descanso y a buscar inspiración", sugirió su mamá.
Decidieron dar una vuelta por el parque. Mientras paseaban, escucharon a un niño tocar la guitarra. Sus acordes resonaban por todo el lugar.
"¡Qué bonito suena!", dijo Emma, maravillada.
"Sí, y si te fijas, él también tuvo que practicar mucho para sonar así. Siempre hay que dar pequeños pasos", respondió su mamá.
Eso le dio una idea a Emma. Regresaron a casa y, esta vez, decidió que iba a tocar una canción que fuera más simple, una melódica y alegre que sonaba en su cabeza. Se sentó nuevamente frente al piano, y, con determinación, empezó a tocar.
Las primeras notas no salían bien, pero en lugar de desanimarse, Emma se recordó a sí misma que debía ser paciente.
"Voy a intentarlo de nuevo", dijo Emma con voz firme.
Se enfocó, respiró hondo y comenzó de nuevo. Esta vez, notó cómo comenzó a sentirse más cómoda. Con cada intento, su confianza fue creciendo.
"¡Mira, mami! Este suena mejor que antes", gritó emocionada.
"¡Eso es, Emma! ¡Vas muy bien!", la alentó su mamá desde la otra habitación.
Día tras día, Emma practicaba con alegría y sin rendirse. Entonces, una tarde, decidió que quería mostrarle todo su esfuerzo a sus amigos.
"Voy a organizar un pequeño concierto en el living", anunció Emma con entusiasmo.
Sus amigos se reunieron y Emma, con el pecho hinchado de nervios, se sentó frente al piano. Cuando empezó a tocar, un mar de sonidos bellos llenó la habitación. Emma tocó con entusiasmo y voz, acompañando la melodía. E incluso si no le salía perfecto, su pasión iluminó el lugar.
"¡Bravo, Emma!", aplaudieron sus amigos al final de la canción.
Con una gran sonrisa en su rostro, Emma se dio cuenta de que el verdadero éxito no era tocar sin errores, sino disfrutar el proceso y compartir su música con los demás.
Desde aquel día, Emma continuó aprendiendo y nunca se olvidó de lo que su mamá le enseñó, siempre recordando que cada nota, por mala que pudiera sonar, tenía su momento y su magia.
Y así, con pasión y perseverancia, Emma se convirtió en una verdadera pianista, llena de ritmo y determinación.
FIN.