Emma y el Poder de Compartir
En un reino lleno de magia y alegría, vivía una niña llamada Emma. Ella era muy bella y extremadamente inteligente, lo que la hacía destacar entre los demás niños.
Sin embargo, Emma tenía un pequeño defecto: era muy egoísta y no compartía sus conocimientos con los demás. Emma pasaba sus días rodeada de libros y experimentos mágicos, pero siempre sola, sin amigos con quienes compartir su sabiduría.
Un día, la Reina del Reino Mágico convocó a todos los niños a una gran celebración. Emma, como de costumbre, se sentía superior a los demás y no quería compartir su conocimiento con nadie. -¿Por qué debería compartir mi inteligencia con ellos? No son tan brillantes como yo, pensaba Emma con soberbia.
Durante la celebración, la Reina anunció un desafío mágico. Cada niño tendría la oportunidad de demostrar su ingenio y sabiduría en una serie de pruebas. El premio sería una antigua y poderosa varita mágica.
Emma estaba emocionada: finalmente tendría la oportunidad de demostrar su superioridad. A medida que avanzaban las pruebas, Emma se destacaba por su astucia y conocimiento. Sin embargo, se dio cuenta de que los demás niños también tenían habilidades sorprendentes.
Uno a uno, cada niño demostraba su valía, trabajando en equipo, compartiendo ideas e ayudándose mutuamente. Emma empezó a sentirse incómoda. A medida que la competencia llegaba a su punto culminante, Emma se enfrentó a la última prueba. Al intentar resolver un enigma mágico, se quedó atascada.
A pesar de todos sus conocimientos, no podía encontrar la solución por sí sola. Desesperada, miró a su alrededor y vio a los demás niños uniendo sus mentes y conocimientos para ayudarse mutuamente. Fue entonces que algo dentro de Emma cambió.
Se dio cuenta de que, aunque era muy inteligente, necesitaba a los demás. Comprendió que compartir su sabiduría no significaba ser menos especial, sino hacer el mundo mágico para todos.
Con esa nueva visión, Emma se unió a los demás niños y juntos lograron resolver el enigma mágico. La Reina del Reino Mágico los felicitó a todos, destacando su capacidad para trabajar en equipo y compartir sus conocimientos. Como premio, cada niño recibió una pequeña varita mágica.
Desde ese día, Emma aprendió a ser generosa y compartir sus conocimientos con los demás.
Descubrió que la verdadera magia radicaba en unir fuerzas con los demás y que la grandeza no está en exclamar superioridad, sino en ayudar a otros a descubrir su propio potencial. Emma se convirtió en una amiga leal y querida por todos, enseñándoles que el poder de la magia reside en el corazón de quienes la comparten con generosidad.
FIN.