Emma y la puerta secreta
Era un hermoso día de primavera cuando Emma, una niña curiosa con grandes ojos celestes y rizos dorados, decidió explorar el jardín de su abuela. Este jardín, lleno de flores coloridas y mariposas danzantes, siempre le había parecido un lugar mágico. Pero hoy, su curiosidad la llevaría a encontrar algo extraordinario.
Mientras corría entre los jacarandás, Emma tropezó con un espino, y al caer, notó algo inusual: una puerta pequeña y antigua, cubierta de musgo y enredaderas. La madera estaba desgastada, pero aún guardaba un hermoso brillo.
"¿Qué será esto?" - se preguntó Emma, sus ojos brillando como el sol cuando se asoma entre las nubes.
Empujando la puerta, un chirrido resonó y la entrada se abrió lentamente, revelando un mundo deslumbrante. Al cruzar el umbral, Emma se encontró rodeada de árboles gigantes, cuyas hojas brillaban como esmeraldas.
"¡Hola!" - exclamó Emma, asombrada.
De entre los arbustos salió un pequeño duende con un gorro rojo y una gran sonrisa. Su piel era de un verde brillante, y sus ojos chispeaban como estrellas.
"¡Bienvenida a Fabulandia!" - dijo el duende, saltando de alegría. "Soy Lúcito, tu guía en este mágico mundo. "
Emma sonrió y, entusiasmada, siguió a Lúcito. Pasaron por un campo de flores que cantaban melodías alegres, y los árboles contaban historias susurradas por el viento. En el aire flotaban burbujas de colores que reflejaban todo lo que les rodeaba, haciendo que Emma sintiera que estaba en un sueño.
"¿Todas las criaturas aquí son amistosas?" - preguntó Emma, mirando asombrada a un grupo de hadas brillantes que revoloteaban.
"Sí, siempre y cuando muestres amabilidad y respeto" - respondió Lúcito, con una mirada seria.
De repente, un estruendo oscuro interrumpió el canto de las flores. Del aire surgió un dragón de escamas grisáceas, con alas que bloqueaban el sol. Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda. Lúcito se puso frente a ella.
"No te preocupes, Emma. A veces, los dragones solo necesitan un amigo. ¡Vamos a ayudarlo!" - dijo Lúcito con valentía.
Emma, armándose de valor, caminó hacia el dragón que parecía triste.
"¿Por qué lloras, gran dragón?" - preguntó con ternura.
El dragón levantó su enorme cabeza, mostrando unos ojos azules que reflejaban tristeza.
"He perdido mi fuego mágico y no puedo volar con mis amigos. Me siento solo y no puedo encontrar mi camino de regreso a casa" - respondió, con voz profunda.
"Podemos ayudarte!" - exclamó Emma, sintiendo una conexión especial con el dragón. Ella pensó en el valor de la amistad y la importancia de ayudar a los demás.
Con la guía de Lúcito, Emma comenzó a buscar el fuego mágico, explorando cuevas y atravesando ríos brillantes. Después de una larga búsqueda, encontraron un pequeño cofre dorado que emanaba calor.
"¡Aquí está!" - gritó Emma, con alegría.
El dragón, emocionado, se acercó y cuando abrió el cofre, una brillante llama roja y dorada salió disparada y lo envolvió.
"¡Gracias, pequeños valientes!" - rugió el dragón, ahora recobrado de su tristeza.
"Ahora puedo volar de nuevo, y quiero invitarles a dar un paseo!" - dijo, sus alas extendiéndose majestuosamente.
Emma y Lúcito subieron al lomo del dragón, sintiendo el viento fresco acariciar sus rostros. Juntos, surcaron el cielo, riendo y disfrutando de la belleza del mundo desde las alturas.
Desde ese día, Emma aprendió que en cada corazón hay una chispa de magia que puede encenderse con un acto de bondad. Cuando finalmente regresó a su jardín, lo hizo con una sonrisa enorme y una historia que contar. La puerta secreta siempre estaría ahí, y Emma sabía que siempre que mostrara amor y amistad, el mundo mágico de Fabulandia la esperaría.
Fin.
FIN.