Emo, el sapito cantor



Érase una vez en un pequeño estanque, vivía Emo, un sapito muy especial. A diferencia de los demás sapos que preferían estar solos, a Emo le encantaba la idea de pertenecer a una familia.

Desde pequeño soñaba con tener hermanitos con quienes jugar y padres que lo cuidaran. Un día, mientras saltaba de nenúfar en nenúfar, escuchó risas y voces a lo lejos. Se acercó sigilosamente y vio a una familia de patitos nadando juntos.

Enseguida sintió envidia de aquella armonía familiar y decidió acercarse para preguntarles si podía unirse a ellos. "Hola, soy Emo ¿puedo ser parte de su familia?" -preguntó tímidamente el sapito.

Los patitos se miraron entre sí sorprendidos por la petición de Emo. "Lo siento mucho, pero no creo que funcione... somos tan diferentes" -respondió mamá Pata con amabilidad.

Emo se entristeció al escuchar la respuesta pero decidió no rendirse en su búsqueda por encontrar una familia que lo aceptara tal como era. Decidió entonces visitar el bosque en busca de otros animales con los cuales poder formar parte de una familia. Primero se encontró con un conejo muy veloz que corría sin parar.

"Hola conejito ¿te gustaría ser mi hermanito?" -preguntó Emo emocionado. El conejo alzó las orejas sorprendido y respondió: "Lo siento amigo sapito, pero yo prefiero estar saltando por aquí y por allá sin parar".

Emo continuó su camino hasta toparse con una ardilla muy inquieta que recolectaba nueces para el invierno. "Hola ardillita ¿te gustaría ser mi hermanita?" -consultó Emo esperanzado. La ardilla lo miró tiernamente y le dijo: "Lo siento sapito lindo, pero estoy ocupada preparando mi hogar para el invierno".

Emo seguía sintiéndose solo y desanimado. Sin embargo, decidió no darse por vencido e intentarlo una vez más. Fue entonces cuando divisó a un grupo de ranitas cantando alegremente cerca del río.

Se acercó lentamente y les pidió tímidamente si podía unirse a ellas. Las ranitas lo rodearon emocionadas y comenzaron a saltar todos juntos al compás de la música que creaban con sus voces. "¡Claro que sí! ¡Eres bienvenido!" -exclamaron las ranitas felices.

Desde ese día, Emo encontró finalmente la familia que tanto anhelaba. Juntos cantaban, bailaban y saltaban sin parar llenándose mutuamente de amor y alegría.

Comprendió entonces que la verdadera familia no tiene por qué ser igual o parecida a uno mismo; sino aquella donde te aceptan tal como eres y te hacen sentir querido.

Y así fue como Emo el sapito comprendió que la verdadera felicidad está en encontrar personas (y animalitos) especiales con quienes compartir momentos inolvidables sin importar las diferencias.

FIN.

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