En busca de la alegría perdida



Era un hermoso día soleado en el tranquilo pueblo de Villa Alegre. Los pájaros cantaban alegremente y los rayos del sol iluminaban cada rincón de la plaza principal.

En ese lugar, se encontraba Mancha, un perro callejero muy travieso pero adorable. Mancha era conocido por su pelaje blanco con grandes manchas negras que le daban su nombre. Siempre estaba correteando por la plaza, jugando con los niños y alegrando sus días.

Un día, mientras Mancha saltaba y ladraba emocionado, vio a dos niños tristes sentados en un banco. Eran Juanito y Sofía, dos hermanitos que habían perdido a su querida mascota hacía poco tiempo.

Mancha se acercó sigilosamente a ellos y comenzó a mover la cola intentando animarlos. Juanito lo miró sorprendido y dijo: "¡Mira Sofía! ¡Es el perro más bonito que he visto!"Sofía sonrió tímidamente y acarició el pelaje de Mancha. "Parece tan feliz", susurró ella.

Mancha sabía que tenía una misión importante: alegrarles el día a esos niños tristes. Decidió llevarlos en una aventura para mostrarles que aún había cosas maravillosas por descubrir. Los tres amigos caminaron juntos hacia el parque cercano.

Allí encontraron un viejo árbol donde Mancha les enseñó cómo trepar sin caerse. Los niños se divirtieron mucho subiendo y bajando del árbol una y otra vez. Después de jugar en el parque, Mancha llevó a los pequeños a una heladería.

Los ojos de Juanito y Sofía se iluminaron al ver los deliciosos sabores de helado que había. Mancha les mostró cómo compartir un cono de helado, cada uno dando una lamida por turno.

Mientras disfrutaban su helado, Mancha notó que los niños seguían tristes en el fondo de sus corazones. Sabía que aún le quedaba algo especial por hacer para ayudarlos. Mancha se dirigió hacia un rincón tranquilo y comenzó a cavar frenéticamente en la tierra.

Juanito y Sofía se acercaron curiosos y vieron cómo Mancha desenterraba un antiguo collar con una etiqueta que decía —"Pelusa" , el nombre de su querida mascota perdida. Los ojos de los niños se llenaron de lágrimas mientras abrazaban el collar con fuerza.

"¡Es Pelusa! ¡Lo encontramos!", exclamaron emocionados. A partir de ese momento, Juanito y Sofía entendieron que aunque ya no tenían a Pelusa físicamente, siempre estaría en sus corazones.

Aprendieron a recordarla con alegría y gratitud por todos los momentos maravillosos que habían compartido juntos. Mancha había cumplido su misión: había traído sonrisas nuevamente a los rostros tristes de esos dos pequeños hermanitos.

Y así, continuó siendo el perro más querido y travieso del pueblo, enseñando a todos la importancia de encontrar la felicidad incluso en medio de las adversidades. Y así termina nuestra historia llena de aventuras y aprendizajes junto a Mancha, el perro callejero más encantador de Villa Alegre.

FIN.

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