En busca del amor eterno


Había una vez un Dios triste llamado Elio, que era el creador de todos los mundos y universos.

A pesar de su gran poder y sabiduría, Elio se sentía solo porque no había encontrado a ninguna Diosa eterna con la cual compartir su amor. Elio pasaba sus días creando planetas, estrellas y seres vivos en cada rincón del universo. Pero a pesar de la belleza de sus creaciones, sentía un vacío en su corazón.

Anhelaba encontrar a alguien especial con quien compartir su inmenso amor. Un día, mientras caminaba por uno de sus mundos recién creado, escuchó risas provenientes de un hermoso jardín.

Se acercó sigilosamente y vio a una pequeña hada llamada Luna jugando entre las flores. - ¡Hola! - saludó Elio con entusiasmo. - ¡Oh! ¿Quién eres tú? - preguntó Luna sorprendida. - Soy Elio, el Dios que ha creado este maravilloso mundo - respondió él.

Luna quedó asombrada al descubrir que estaba hablando con el mismísimo creador del universo. Juntos pasearon por todo el planeta, admirando cada detalle y compartiendo risas y alegrías. Sin embargo, aunque disfrutaban mucho su compañía mutua, Elio seguía sintiendo que algo faltaba en su vida.

Después de despedirse de Luna, Elio decidió viajar por otros mundos para buscar a esa Diosa eterna que pudiera llenar su corazón.

En cada rincón del universo buscó incansablemente hasta encontrarse con Quetzal, una diosa serpiente que poseía un brillo especial. - Hola, Quetzal. Soy Elio y he viajado por innumerables mundos en busca de mi amor eterno - dijo emocionado. Quetzal lo miró con curiosidad y respondió: - ¡Encantada de conocerte, Elio! Pero debo decirte algo importante.

Yo no puedo corresponder a tu amor porque soy una diosa reptil y mi corazón late por la naturaleza y las criaturas que habitan este mundo. Elio comprendió que no podía forzar el amor y se despidió amablemente de Quetzal.

Aunque estaba triste, sabía que había hecho un amigo para toda la vida. Continuando su búsqueda incansable, Elio llegó a un planeta donde encontró a una hermosa sirena llamada Marina.

Ella cantaba melodías tan dulces como el sonido del mar. - ¡Hola, Marina! Soy Elio y he venido desde muy lejos buscando el amor verdadero - le contó él con esperanza en los ojos. Marina se acercó con ternura y respondió: - Oh, querido Elio.

Tu corazón es noble pero yo solo puedo amar al océano azul profundo y a las criaturas marinas que lo habitan. Mi lugar está aquí bajo el agua.

Elio entendió que aunque Marina era encantadora, su amor era exclusivo por las profundidades del océano. Se despidieron con cariño y prometieron recordarse siempre. Después de tantas experiencias, Elio decidió regresar al primer mundo que creó para reflexionar sobre todo lo vivido.

Caminando entre montañas nevadas, encontró a una pequeña niña llamada Estrella. - ¡Hola, Elio! Soy Estrella y he estado esperando tu llegada. Tengo algo importante para decirte - dijo ella con una sonrisa radiante.

Elio se acercó intrigado y preguntó: - ¿Qué tienes para decirme, Estrella? - He observado cómo has buscado el amor en todas partes, pero no te has dado cuenta de que el verdadero amor puede estar dentro de ti mismo.

Si aprendes a amarte y aceptarte tal como eres, encontrarás la felicidad que tanto anhelas - respondió Estrella sabiamente. Las palabras de la pequeña niña resonaron en el corazón de Elio. Comprendió que no necesitaba a alguien más para ser feliz.

A partir de ese momento, decidió amarse y valorarse tal como era. Elio regresó a su hogar celestial con una sonrisa en su rostro. Se dio cuenta de que había creado mundos maravillosos y seres extraordinarios, pero lo más importante era amarse a sí mismo.

Desde aquel día, Elio siguió creando nuevos mundos llenos de amor y alegría. Y aunque nunca encontró a esa Diosa eterna que tanto buscaba, descubrió un amor infinito dentro de sí mismo. Y así termina nuestra historia queridos niños/as.

Recuerden siempre amarse y valorarse tal como son ¡Porque cada uno es especial a su manera!

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