Enrique y el brillo de su esfuerzo
En una pequeña ciudad, vivía Enrique, un niño amable y trabajador. A pesar de su corta edad, él ayudaba a su mamá en el almacén que tenían juntos. Durante el día, atendía a los clientes y por la noche, se sentaba a estudiar con la esperanza de un futuro mejor para ellos dos.
Pero en la escuela, sus compañeros no eran tan amables. Cada vez que Enrique contaba que debía ir a trabajar después de clases, sus compañeros se reían y le decían cosas hirientes.
"¿No podés salir a jugar como todos nosotros?" - le gritaron una vez.
"Es un explotado, le dicen esclavo a su mamá!" - se burló otro.
Enrique sentía que un nudo le crecía en la garganta y sus mejillas se sonrojaban de vergüenza, pero nunca les contestaba. Al llegar a casa, su mamá lo acogía en un abrazo cálido.
"Mami, hoy se rieron de mí porque tengo que trabajar..." - le dijo con la voz entrecortada.
Ella lo miró con amor y entendió.
"Enrique, trabajar nos ayuda a seguir adelante. Cada esfuerzo que hacés, cada sonrisa que regalás a los clientes, es un paso hacia tu sueño. No dejes que lo que digan otros te haga sentir menos. Vos sos un campeón."
Sus palabras le iluminaron el alma, pero no podía evitar sentirse triste. Su mami le preparó su plato favorito: un guiso de fideos con salsa que siempre lo hacía sentir mejor. Mientras comían, ella le contó sobre sus propias experiencias en la juventud.
"Cuando era chica, también me hacían bullying. Aprendí que lo importante es conocerse a uno mismo y valorarse. Después de todo, quienes se burlan son aquellos que no entienden lo valioso que sos."
Esa noche, Enrique se durmió con el corazón más ligero. Al día siguiente decidió que no dejaría que la burla de sus compañeros lo afectara. Durante el recreo, mientras otros jugaban, él se sentó a hacer la tarea en un rincón tranquilo.
Notó que varios mates, que normalmente se reían, lo miraban extrañados. Uno de ellos se acercó.
"Oye, ¿sos raro porque trabajás? Yo prefiero quedarme jugando. ¿Es tan importante para vos?" - preguntó.
Enrique, después de un momento de duda, decidió abrirse.
"Sí, es importante porque mi mamá y yo nos apoyamos. Si puedo ayudarla, lo hago. Y además, estudio para ser alguien en el futuro. Cada día llevo mi esfuerzo y mis sueños conmigo. ¿Sabés lo que es eso?" - respondió con seguridad.
El chico parecía reflexionar.
"Puede ser... nunca lo había pensado. Yo a veces no entiendo lo que pasa en la vida de los demás. Pero te admiro, igual no sabía que era tan difícil".
Así, con el tiempo, algunos compañeros comenzaron a ver a Enrique de otra manera. En vez de burlarse, se sumaron a sus esfuerzos y comenzaron a preguntarle sobre los trabajos que hacía y sus sueños.
"Enrique, ¡vamos a hacer una colecta para que cuentes lo que hacés en la clase!" - sugirió uno de ellos.
El proyecto fue un éxito. Enrique presentó de manera emotiva el trabajo que hacían en el almacén y lo que significaba para él y su mami. Al finalizar, recibió aplausos sinceros.
"Con lo que recolectemos, compramos libros nuevos para la biblioteca" - anunciaron sus compañeros ansiosos.
El brillo en los ojos de Enrique no se podía ocultar. El camino que había comenzado lleno de risas burlonas se transformó en un viaje luminoso de respeto y apoyo.
Volviendo a casa, Enrique sonaba alegre.
"¡Mami, mis compañeros ahora valoran lo que hacemos!"
Ella lo abrazó con orgullo.
"Ves, mi amor. Nunca dejes que el desánimo te detenga, porque eres un luchador. El esfuerzo siempre trae su recompensa"
Y así, cada día, Enrique no solo trabajó y estudió; también mostró a sus compañeros que la amistad y el respeto se construyen con amor y esfuerzo. Y todo gracias a la fuerza de su corazón.
FIN.