Enrique y la Brillante Sonrisa de Sol
Enrique era un niño de 3 años, muy muy tímido. Este año, había empezado el colegio, un lugar que le parecía grandísimo y un tanto aterrador. Había niños que jugaban, reían y conversaban, pero él siempre se quedaba al margen, mirando desde lejos con los ojos muy abiertos.
Un día, mientras la profesora les enseñaba colores con pinturas y pinceles, Enrique observó a sus compañeros crear hermosas obras de arte. Entre ellos estaba Sol, una niña con una sonrisa brillante que iluminaba todo a su alrededor. Era imposible no notar su risa contagiosa.
"- ¡Mirá qué lindo lo que hice!", exclamó Sol, levantando su dibujo de un sol enorme y amarillos brillantes.
Enrique sonrió al ver la felicidad en su rostro, pero no se atrevió a acercarse. Tenía miedo de que no le hablen o que lo miren raro. Sin embargo, ese día pasó algo inesperado. Mientras todos dibujaban, la maestra decidió hacer grupos. Enrique se quedó paralizado, temiendo que no le tocara con nadie.
"- ¡Vamos, chicos!", dijo la maestra, "hagan tríos para pintar un mural sobre la primavera".
Cuando dio la vuelta, Enrique se dio cuenta de que Sol y un niño llamado Lucas lo estaban mirando. Sin querer perder la oportunidad, los dos se acercaron y Sol le dijo:
"- ¡Hola Enrique! ¿Querés hacer el mural con nosotros?".
Enrique tragó saliva y respiró hondo. ¿Y si no sabía pintar como ellos? Pero algo dentro de él, una pequeña chispa de valentía, le hizo decir:
"- Ok, quiero".
Así, con un poco más de confianza, se unió a sus compañeros. Al principio, pintó en silencio, pero Sol le pasaba los colores que necesitaba.
"- Mirá, Enrique, este verde queda genial aquí", le dijo Sol mientras le mostraba cómo usar el pincel.
El mural pronto tomó forma con flores, mariposas y un enorme sol, el que Sol había imaginado al principio. Enrique empezó a sonreír y, por primera vez, se sintió parte de algo. La timidez que lo envolvía comenzaba a desvanecerse.
Unos días después, la clase decidió hacer una pequeña exposición de sus murales. Cada grupo invitó a sus familias y amigos a visitar la muestra. Ese día, mientras esperaban a que lleguen los visitantes, Enrique se sintió un poco nervioso.
"- Espero que les guste lo que hicimos", murmuró Enrique.
"- Seguro que sí! Tu parte del mural es la más linda", animó Sol, dándole una palmadita en la espalda.
Cuando llegó el momento de mostrar su trabajo, Enrique se dio cuenta de que no podía volver a esconderse. Miró a su alrededor y vio tantas sonrisas y rostros curiosos. Sol se paró a su lado y tomó su mano.
"- Vamos, lo hacemos juntos", le dijo con confianza.
Y así, juntos, explicaron a todos lo que representaba su mural. Enrique habló, aunque le costó un poco, y cuando terminó, la gente aplaudió. La alegría llenó su corazón y, por primera vez, se sintió realmente feliz de haber tomado la decisión de unirse a Sol.
A partir de ese día, Enrique comenzó a hablar más con sus compañeros. Sol lo ayudó a entender que, a veces, solo hace falta un poquito de valentía para acercarse a otros.
Un mes después, mientras disfrutaban de un juego en el patio, Enrique le dijo a Sol:
"- Gracias por ayudarme. Me hiciste sentir que podía".
"- Por siempre, Enrique", respondió Sol. "La amistad es así, siempre podemos ayudarnos".
Y así, Enrique no solo encontró amigos, sino que también aprendió que la timidez no tenía que definirlo. Con el tiempo, se convirtió en un niño lleno de risas y aventuras, siempre recordando el brillo de Sol y cómo su amistad cambió su mundo.
FIN.