Entre Voley y Sueños



Era una mañana soleada en el colegio, cuando Giu, una chica de hotelería, decidió unirse al grupo de chicos que jugaban voley en el patio. Entre risas y bromas, conoció a Andrés, un chico de primero de bachillerato técnico en informática. Desde el primer momento en que se cruzaron miradas mientras jugaban, ambos sintieron una chispa especial.

"Che, ¡me encanta cómo pegás!" - dijo Giu con una sonrisa.

"Gracias, vos también jugás muy bien. ¿Querés ser mi compañera de equipo?" - respondió Andrés, sintiendo que había algo más que solo un juego.

Los días pasaron y el voley se volvió la excusa perfecta para verse. Cada recreo, jugaban y se reían, creando recuerdos que ambos atesorarían. Una tarde, mientras descansaban bajo un árbol, Giu se dio cuenta de que le gustaba mucho Andrés.

"Andrés, ¿te gustaría hacer algo diferente el sábado?" - preguntó Giu, con un brillo en los ojos.

"Claro, ¿qué tenías en mente?" - contestó él, intrigado.

"Podríamos salir a comer helado al centro. Me encantaría conocerte más" - agregó ella, sintiendo mariposas en el estómago.

Esa cita no solo selló el inicio de su relación, sino que también les permitió compartir sueños y anhelos. Mientras Giu hablaba sobre su pasión por la hotelería, Andrés expresaba su deseo de crear software que ayudara a los demás.

"Imaginá poder hacer un programa que gestione hoteles como un juego, sería genial" - decía Andrés con emoción.

"Sí, y podrías incluir un apartado para organizar eventos" - agregó Giu, entusiasmada.

A medida que su relación avanzaba, también comenzaron a enfrentar dificultades. La presión de los estudios y las expectativas familiares les hacían sentir inseguros sobre su futura conexión. Un día, Giu se sintió abrumada.

"Andrés, a veces creo que deberíamos enfocarnos más en los estudios y dejar de lado esto..." - dijo ella, con la voz entrecortada.

"No, Giu, no creo que debamos dejar de lado lo que sentimos. Podemos encontrar un equilibrio. Siempre vamos a tener el voley como nuestro refugio" - respondió Andrés, tomando sus manos.

Decidieron que el esfuerzo en sus estudios no tenía que sacrificar su relación. Así que se propusieron ayudarse mutuamente, estudiando juntos y manteniendo sus sueños a flote. Cada semana, después de practicar voley, se sentaban a repasar temas que les costaban.

Con el tiempo, Giu terminó destacándose en su curso, y Andrés se volvió un experto en programación. El voley se transformó en su ritual, un recordatorio de que sus corazones vibraban al compás de sus risas y sueños compartidos. Pero un día, mientras Giu contaba a Andrés cómo había sido premiada en un concurso de hotelería, él pareció distante.

"Andrés, ¿estás bien?" - preguntó Giu, preocupada.

"Sí, solo estoy pensando en que tengo un examen difícil la próxima semana" - contestó él, evitando su mirada.

No queriendo presionarlo, Giu decidió prepararle un postre especial para motivarlo. El día del examen, Andrés encontró un delicioso flan de dulce de leche en su mochila, acompañado de una nota que decía: '¡Con fe, este es solo un paso para llegar lejos!'.

Eso le dio un empujón de energía y confianza, y tras terminar su examen, se encontró con Giu en el patio. Él sonrió y, emocionado, le dijo:

"¡Giu, gracias! Sabés que me diste fuerza para seguir adelante, ¿no?"

Desde ese momento, se dieron cuenta de que lo importante era apoyarse mutuamente, sin dejar de soñar. Mientras el año escolar avanzaba, se graduaron en sus respectivos cursos, con grandes perspectivas de futuro.

Durante su fiesta de graduación, los amigos les propusieron jugar voley, recordando con nostalgia esos días de recreo. Al mirar a Giu, Andrés sintió que su historia apenas comenzaba. Y así, en un mundo lleno de posibilidades, ambos decidieron seguir jugando juntos, no solo en el voley, sino en la vida misma.

Como en el mejor de los partidos, cada día brindaría nuevos retos, pero juntos, eran imparables.

FIN.

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