Erin y la Aventura de las Aves
En un rincón del bosque vivía Erin, un pequeño erizo que tenía una pasión inigualable: jugar en su tablet. Cada día, pasaba horas emocionándose con sus juegos, pero un día, algo inesperado sucedió.
—¡Ay no! ¡Sin luz no puedo jugar! —gritó Erin, mirando su tablet oscura.
Al principio, Erin intentó hacer otras cosas. Jugó con hojas, intentó contar estrellas, pero nada le divertía.
—Esto es aburrido —suspiró.
De repente, vio algo moverse entre los arbustos. Con curiosidad, se acercó y encontró a una ave peculiar, de plumas coloridas, que parecía un poco extraña y triste.
—Hola, ¿qué te pasa? —le preguntó Erin, muy preocupado.
—Me lastimé una ala y no puedo volar —respondió el pajarito, con un tono melancólico.
Erin, con su corazón lleno de amor por la naturaleza, decidió ayudarla. Le trajo hojas suaves y un poco de agua. Después de un rato, el ave se sintió mejor.
—¡Ya estás mejor! ¿Cómo te llamas? —preguntó Erin.
—Soy Lila, el colibrí —respondió el pajarito alegrándose un poco.
—Quiero liberarte —dijo Erin entusiasmado.
Erin buscó un espacio seguro y, con mucho cuidado, abrió sus pequeñas manos. Cuando Lila voló, lo hizo con tanta alegría que llenó el aire con un hermoso canto.
—Gracias, Erin. Te prometo que siempre nos encontraremos en el bosque —dijo Lila antes de desaparecer entre las ramas.
A partir de ese día, Erin sintió que había descubierto algo increíble. Sin su tablet, había logrado hacer un nuevo amigo y ayudar a una criatura en apuros. Decidió que quería conocer más sobre las aves del bosque.
Cada día, salía con su cuaderno y su lápiz, anotando la música de los pájaros y todo lo que podía observar.
Un día, mientras exploraba un sendero, se encontró con un grupo de aves que no había visto antes. Eran de colores vibrantes y volaban en círculos hermosos.
—¡Mirá! —gritó con alegría.
—¿Te gustaría sacarle fotos a las aves? —preguntó Lila que había regresado para visitar a su amigo.
—Tienes razón, ¡sería genial! —exclamó Erin, recordando que su tablet también podía tomar fotos.
Desde ese momento, Erin empezó a fotografiar aves. Se convirtió en un experto, aprendió a identificar cada especie y entendió la importancia de proteger su hábitat.
Y así, Erin dejó de ser solo un erizo amante de la tecnología y se transformó en un guardián de las aves. Cada foto que tomaba no solo contaba una historia, sino que también compartía la belleza del bosque con los demás.
Erin había encontrado un nuevo mundo a través de sus ojos y realized que a veces, los pequeños momentos sin luz pueden llevar a grandes aventuras.
—Gracias por liberarme, Erin. Siempre serás el mejor amigo de las aves —contestó Lila mientras volaba alrededor de su amigo erizo que había encontrado su verdadera pasión: la fotografía de aves.
FIN.