Erlantz y su Gran Sueño



Erlantz era un tipo especial. A sus 41 años, seguía siendo un chiquillo en su corazón. Le encantaba el fútbol y su mayor pasión era el Athletic de Bilbao, su equipo favorito que jugaba con garra y determinación. Además, disfrutaba muchísimo de los coches de rally. El sonido de los motores rugiendo en la pista era música para sus oídos.

Un día, mientras miraba un partido por la televisión, su viejo amigo Javier lo visitó. Javier era un camionero experimentado y solía contarle historias emocionantes sobre sus viajes a diferentes lugares.

"Erlantz, ¿sabías que el otro día pasé por un lugar donde los paisajes eran espectaculares? Te lo perdes", dijo Javier con entusiasmo.

"No puede ser... Siempre soñé con viajar así, pero también me gusta estar en casa. ¿Cómo es esa vida?", preguntó Erlantz, observando atento a su amigo.

"Es como una aventura diaria; cada día es diferente, así como en el fútbol. A veces siento que estoy en medio de un gran partido, pero en vez de correr, manejo mi camión. Todo depende de cómo enfrentes las curvas de la vida".

Erlantz se quedó pensando en las palabras de Javier. Si bien tenía un trabajo estable, siempre había anhelado ser autobusero o camionero, pero le daba miedo dejar la comodidad de su rutina. Su momento de reflexión llegó cuando una tarde, mientras paseaba por el parque siguiendo los ecos de un partido del Athletic, escuchó un rugido de motor. Era un coche de rally que se dirigía a una competencia cercana.

"¡Wow! ¡Eso es increíble!", exclamó Erlantz en voz alta.

Al darse cuenta de lo que había dicho, se sonrojó. A su alrededor, un grupo de niños lo miraban. Uno de ellos, un pequeño llamado Tomi, con una gorra del Athletic de Bilbao, se le acercó.

"¿Te gustan los coches de rally, verdad?", preguntó Tomi con curiosidad.

"Sí, sí. Me encantan. Me gustaría manejar uno algún día".

"¡Yo quiero ser corredor de rally!", dijo Tomi con entusiasmo. "¿Y si hacemos un equipo?".

"¡Eso sería genial! Pero yo necesito aprender mucho para llegar a ser buen conductor."

"Podemos ayudarnos. Podemos practicar juntos. ¡Te enseñaré lo que sé!".

Erlantz se sintió motivado por la idea de trabajar en equipo con Tomi. Al poco tiempo, lo que comenzó como un simple deseo se convirtió en un proyecto. Así, todos los sábados, Erlantz y Tomi se encontraban en el parque, donde Tomi le enseñaba sobre coches, maniobras y los secretos de la conducción. Erlantz compartía con Tomi las jugadas del Athletic, y así, ambos se empapaban de sus pasiones.

A medida que pasaba el tiempo, y con cada práctica, Erlantz empezó a captar la fuerza que le daba la amistad y el apoyo de Tomi. Pero un día, se enteró de que en la ciudad habría una competencia de coches de rally.

"¡Tenés que participar! ¡Es tu oportunidad!", dijo Tomi con emoción.

"No sé, nunca he conducido en una competencia. Lo más cercano que he estado es el último partido en el que el Athletic ganó", respondió Erlantz con dudas.

"¡Pero eso es lo que importa, tenés que arriesgarte! Como el Athletic en la final... no se rinden jamás".

Siguiendo el consejo de Tomi, Erlantz decidió inscribirse. Los días previos a la competición fueron de intensa práctica, pero también de nervios y desafíos. Sin embargo, cada vez que se sentía agotado o desanimado, se acordaba de lo que le había enseñado Javier: la vida era como un gran partido y había que dar lo mejor en cada jugada.

El día de la competencia llegó. Erlantz se subió al coche de rally, su corazón latía fuerte. Tomi le dio un abrazo y le dijo:

"¡Confía en vos mismo! ¡Disfrutá de la carrera!".

Erlantz tomó aire profundo, sonrió y se lanzó a la competencia. Cada curva que tomaba, cada recta que avanzaba, sentía la adrenalina fluir y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que hacía algo realmente por sí mismo. Era un viaje de autodescubrimiento.

A pesar de no ganar, Erlantz estuvo feliz por haber participado y no rendirse. “Lo vivido es lo que cuenta”, pensó. Había superado sus miedos y, además, había formado un vínculo increíble con Tomi.

"¡Lo lograste!", gritó Tomi al acercarse.

"Sí, pero me divertí, eso es lo que importa".

Erlantz no solo había hecho algo que siempre soñó, sino que también se dio cuenta de que la vida se trataba de arriesgarse, de aprender y de compartir experiencias. Era un nuevo comienzo.

En su camino hacia ser autobusero o camionero, Erlantz comprendió que las amistades, la pasión y los sueños son el motor que mueve la vida. Así, con su espíritu renovado, sabía que en su futuro podría encontrar nuevas carreteras por recorrer, siempre con la alegría de vivir cada momento al máximo.

Y así, en el parque, mientras miraban otro partido del Athletic con entusiasmo, Erlantz y Tomi planearon nuevas aventuras. Su historia recién comenzaba.

FIN.

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