Ernest y el Guardian de los Guanacos



Había una vez en una pequeña aldea, un niño de espíritu libre y llenos de curiosidad. Todos lo llamaban "el llestai" por su peculiar forma de hablar. Este niño, cuyo verdadero nombre era Ernest, tenía un amor profundo por los guanacos, esos animales de suaves pelajes que vagaban por las montañas cercanas.

Cada día, después de la escuela, Ernest corría hacia el campo con la esperanza de ver a sus amigos guanacos. Era un verdadero guardian de estos majestuosos animales, siempre preocupado por su bienestar.

Un día, mientras estaba caminando por el campo, vio a un grupo de chicos riendo y señalándolo.

"Mirá, ahí va el llestai!" - se burlaban.

"¿Por qué no me llaman simplemente Ernest?" - se lamentaba el niño.

Desanimado por la burla, decidió cambiar su nombre a "Ernest Llestai" para alejarse de las burlas, aunque eso no detuvo a los demás.

A medida que crecía, Ernest se dedicó a estudiar sobre la naturaleza y cómo proteger a los guanacos en su hogar. Su pasión por ellos era contagiosa. Un día, su maestra, la señora Laura, notó su dedicación y lo invitó a hablar sobre los guanacos en la escuela.

"Ernest, deberías compartir tu amor por los guanacos con todos" - le dijo la señora Laura.

"Pero me da miedo que se rían de mí, como siempre" - respondió Ernest.

"No te preocupes. La verdadera amistad se construye sobre el respeto. Si hablas desde el corazón, seguro a todos les gustará".

En ese momento, Ernest encontró valor en sus palabras. Al día siguiente, se preparó para dar su primera charla y, aunque estaba un poco nervioso, se presentó con una sonrisa.

"¡Hola a todos! Soy Ernest y hoy voy a contarles sobre los guanacos y por qué son tan especiales" - comenzó.

A medida que hablaba, sus compañeros lo escuchaban con atención. Les contó sobre cómo vivir en manadas, su hermosura y, lo más importante, cómo debían ser protegidos. Aquella charla cambió la percepción de muchos niños, y algunos incluso se ofrecieron a ayudarlo a cuidar de los guanacos.

"¡Yo quiero ayudar!" - gritó su amiga Sofía.

"¿En serio?" - respondió sorprendido Ernest.

"¡Sí! Juntos podemos hacer un club para cuidarlos!"

Con el tiempo, más y más chicos se unieron al club, y las burlas sobre su nombre se convirtieron en risas de alegría. Todos comenzaron a referirse a él como el “Guardia de los Guanacos”. Cuando se celebró el primer día de la conservación de los guanacos, Ernest estaba muy emocionado de ser parte de una causa mayor.

Mientras disfrutaban del día de actividad y diversión, Ernest recibió una invitación inesperada. El alcalde de la aldea quería nombrarlo "Embajador de los Guanacos" en una ceremonia especial.

"¡No puedo creerlo!" - exclamó Ernest, con la mirada llena de ilusión.

"Esto es solo el comienzo, Ernest" - le dijo la señora Laura, mientras sonreía. "Tu pasión hará una gran diferencia".

Años más tarde, cuando Ernest ya era un joven adulto, decidió que quería hacer algo aún más grande. Inspirado por su amor por los guanacos, se casó con Sofía, quien siempre había sido su gran apoyo y amiga. En su boda, no solo celebraron su amor, sino que también hicieron una promesa de continuar protegiendo a los guanacos.

Ernest, el ex llestai, se convirtió en un referente en su comunidad. Las risas que alguna vez fueron burlas ahora eran aplausos cada vez que hablaba sobre la importancia de cuidar de la naturaleza y los animales. Y él sabía que, sin importar cómo lo llamaran, su verdadero nombre era aquel que llevaba en su corazón: guardian de los guanacos.

Y así, Ernest vivió una vida llena de alegría y propósito, demostrando que, a veces, lo que más necesitamos es creer en nosotros mismos y en el poder de la amistad.

Fin.

FIN.

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