Ernestina y la Tormenta Mágica



Era una tarde oscura y tormentosa. Los truenos retumbaban en el cielo y la lluvia caía a cántaros. Ernestina, una niña curiosa con grandes sueños, miraba por la ventana de su casa con un brillo en sus ojos. Mientras el viento aullaba y las ramas de los árboles se agitaban, algo llamó su atención. A través de la cortina de la tormenta, vio una figura oscura en el jardín. Sus ojos se agrandaron de sorpresa y miedo.

"¿Qué será eso?" se preguntó, su corazón latiendo con fuerza.

Decidida a averiguarlo, se puso su abrigo, tomó su paraguas y salió al exterior. La lluvia le caía en la cara, pero ella siguió adelante, valiente como una pequeña exploradora. Acercándose a lo que parecía ser un animal, pudo ver más claramente su silueta.

"¡Es enorme!" pensó, al darse cuenta de que era un puma, que la miraba con curiosidad y algo de temor.

"Hola, amiguito. No te voy a hacer daño," dijo Ernestina, intentando sonar amigable.

"¿Por qué no estás refugiado?" preguntó el puma con una voz suave y melodiosa.

Ernestina se sorprendió, nunca había hablado con un animal salvaje.

"No tengo miedo, tengo curiosidad. ¿Qué haces aquí en medio de la tormenta?"

El puma, que se llamaba Tacho, suspiró.

"Buscando un lugar seguro para refugiarme. Muchos de mis amigos han encontrado refugio, pero yo me quedé atrás. La tormenta me sorprendió."

Ernestina entendió que quizás Tacho no era tan peligroso después de todo.

"¿Vivís cerca de aquí?" preguntó.

"Sí, en las montañas. Pero el camino estaba lleno de caída de ramas y no pude encontrar otra forma de llegar."

La joven pensó un momento y luego, echando un vistazo al ambiente, tuvo una idea.

"Podrías venir a mi casa, es un lugar seguro. Yo tengo repostería, ¡podemos hacer galletas!"

El puma, sorprendido por la propuesta, dudó un instante.

"Pero, ¿me dejarían entrar? No soy un animal doméstico."

"No te preocupes. Mis papás son muy buenos. Además, tener una aventura juntos sería espectacular. ¡Vamos!"

Con mucha precaución y cuidado, Tacho siguió a Ernestina hacia su casa. Al llegar, los padres de Ernestina quedaron asombrados al ver a su hija entrar con un puma.

"Mamá, papá, este es Tacho. Es un puma que se perdió en la tormenta y necesita nuestra ayuda. ¿Podemos ayudarlo?"

Los padres, aunque asustados al principio, se dieron cuenta de la bondad en los ojos de su hija y aceptaron ayudar.

"Está bien, Tacho, puedes quedarte aquí hasta que pase la tormenta."

Mientras la tormenta rugía afuera, Ernestina y Tacho se sentaron juntos en la cocina. Comenzaron a mezclar ingredientes para hacer galletas. La casa se llenó de un delicioso aroma de vainilla y chocolate.

"Esto es increíble," dijo Tacho, probando una galleta recién horneada.

"Nunca había probado algo tan rico. "

"¿Te gusta la gente?" preguntó Ernestina con curiosidad.

"Nunca pensé que podría. Siempre pensé que éramos demasiado diferentes. Pero tú me has mostrado que, a veces, solo hace falta un poco de amistad."

El tiempo pasó volando mientras los dos compartían historias. Tacho le explicó sobre la vida en las montañas, sus amigos los animales y cómo no siempre había personas que lo comprendieran.

Ernestina le reveló sus sueños de ser exploradora y defender la naturaleza.

"Cuando sea grande, quiero cuidar de todos los animales como tú."

La tormenta disminuyó y el cielo comenzó a despejarse.

"¿Vas a volver a casa?" preguntó Ernestina triste.

"Sí, pero no sin antes prometernos que seremos amigos."

"¡Prometido! Y la próxima vez, quiero visitarte en tu montaña."

Así, con el corazón contento y lleno de nuevas experiencias, Tacho se despidió y, buscando su camino, se sintió más valiente que nunca.

Ernestina aprendió que la amistad no tiene barreras, y que siendo valientes se pueden descubrir la verdadera belleza del mundo y sus criaturas.

Y de esa manera, la tormenta no fue solo un fenómeno natural, sino el principio de una gran amistad que duraría para siempre.

FIN.

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