Ernesto Romberg y el Misterio del Barco Zombi



Érase una vez en un pequeño pueblo junto al mar, donde vivía un hombre llamado Ernesto Romberg. Era conocido por ser un solitario. Paseaba por la playa en las noches de luna llena, acompañado solo por el sonido de las olas. A Ernesto le incomodaban los mástiles de las banderas que ondeaban en el puerto; sentía que eran como dedos que señalaban su soledad.

Una noche, mientras caminaba, notó algo extraño en el horizonte. Un barco negro, el Guardia Nacional, se acercaba a la costa. Su aspecto era tenebroso, con velas desgastadas que se balanceaban con el viento.

"¿Qué será eso?", se preguntó Ernesto, intranquilo pero curioso a la vez. Decidió acercarse. Cuando llegó al muelle, pudo ver que el barco estaba lleno de figuras que caminaban descoordinadamente: ¡eran zombies! Las criaturas estaban cubiertas de algas y parecían perdidas.

"- ¡Ayuda! ¡Necesitamos ayuda!" -gritó uno de los zombies, sorprendentemente con una voz temblorosa.

"- ¿Estás hablando en serio?" -dijo Ernesto, incrédulo.

"- Sí, no somos malos, solo estamos perdidos. Llegamos aquí por accidente y queremos volver a casa!" -respondió el zombie.

Ernesto sintió pity por ellos. Recordó que a veces se sentía perdido también. "¿Cómo puedo ayudarles?" -preguntó.

"- Necesitamos encontrar el mapa que se perdió en la tormenta. Sin él, no podemos volver a nuestro hogar" -explicó otro zombie que parecía más viejo.

Decidido a ayudarlos, Ernesto se ofreció a buscar el mapa. Juntos, se adentraron en un antiguo faro que había estado cerrado por muchos años. La puerta chirrió al abrirse, haciendo eco en su interior. Dentro, encontraron polvo y telarañas, pero también una serie de viejas pinturas que representaban a los marineros y sus aventuras.

"- ¡Miren!" -exclamó Ernesto, apuntando a una de las pinturas. "Ahí está el mapa en el fondo del océano".

Los zombies se acercaron emocionados. "- Necesitamos un barco para llegar hasta esa isla donde se encuentra el mapa." -dijo el zombie mayor, a lo que Ernesto respondió:

"- Puedo llevarlos en mi pequeño bote. Es modesto, pero suficiente."

Cuando llegaron al lugar indicado, un lugar repleto de corales y coloridos peces, comenzaron a buscar. Después de un rato, encontraron un viejo cofre.

"- ¡Lo encontramos!" -gritaron todos a la vez, mientras Ernesto abría el cofre que contenía el mapa brillante que les indicaba el camino de regreso.

"Ahora solo falta navegar con cuidado para volver a casa" -dijo Ernesto con una sonrisa. Aunque los zombies no tenían la misma energía de la juventud, formaron un equipo. Juntos movieron las velas, y con el viento de la noche, el barco zombi navegó con decisión.

Cuando llegaron a su hogar, Ernesto se despidió de ellos con una mezcla de tristeza y alegría. Había aprendido que detrás de las apariencias, incluso un zombi puede tener un corazón noble.

"- Gracias, Ernesto, por recordarnos lo que es la amistad" -dijo uno de los zombies antes de desaparecer en la niebla del amanecer.

Desde aquel día, Ernesto decidió no ser más un solitario. Aunque nunca le gustaron los mástiles de las banderas, ahora veía uno en su pequeño muelle y sonreía. Recordaba que cada uno, incluso los más extraños, son parte de la historia de su vida. Y lo más importante, entendió que la soledad a veces puede ser combatida con un acto de bondad.

Finalmente, cada vez que el mar le susurraba en las noches, ya no era solo; había una multitud de historias navegando junto a él, en busca de nuevas aventuras y amistades.

FIN.

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