Ernesto y el Gran Día de la Amistad
En un pequeño pueblo llamado Colores, donde las casas eran de tonos vibrantes y los árboles parecían abrazar el cielo, vivía un niño llamado Ernesto. Era conocido por todos como el niño revoltoso, porque siempre estaba tramando alguna travesura. Sin embargo, aquellos que lo conocían bien sabían que tenía un gran corazón y que, a pesar de sus travesuras, siempre hacía reír a todos.
Un día, Ernesto decidió que quería organizar un gran festival en el parque del pueblo, en honor al Día de la Amistad. Estaba convencido de que todos los niños del pueblo merecían pasar un día lleno de risas y juegos, y por supuesto, también quería “hacer un poco de lío”.
"¡Vamos a hacer un festival, chicos!" - exclamó Ernesto en la escuela, mientras los demás lo miraban con curiosidad. "Tendremos juegos, música y, sobre todo, ¡muchísima comida!"
"¿Y quién se encargará de todo eso?" - preguntó Clara, una niña tranquila y ordenada que siempre estaba con un libro en la mano.
"¡Yo!" - respondió Ernesto con una gran sonrisa. "Nos dividiremos en grupos y cada uno hará algo diferente. Así tendremos un festival ¡increíble!"
Los niños se pusieron a trabajar. Clara, con su amor por la organización, se encargó de los juegos. Tomás, el mejor cocinero del grupo, se ocupó de la comida. Ana, que sabía tocar la guitarra, se ofreció para deleitar a todos con su música. Y así, cada uno asumió un rol en el equipo.
Pero, como era de esperarse, las travesuras de Ernesto comenzaron a interferir con los planes. Un día, mientras Clara estaba organizando los juegos, Ernesto decidió cambiar las etiquetas de los premios, causando que todos se confundieran y riéndose a carcajadas.
"Ernesto, eso no está bien. Estás arruinando todo" - le dijo Clara, con un leve tono de enojo.
"¡Pero se están divirtiendo!" - respondió Ernesto.
"Sí, pero necesitamos que todo salga perfecto para el festival" - le contestó Clara, que ya empezaba a desear que Ernesto no hubiera tenido esa idea.
Ernesto se sintió mal por la frustración de Clara. Era su amiga y no quería que estuviera enojada, así que decidió ayudarla a organizar los juegos. Al día siguiente, se dedicaron a trabajar juntos, haciendo que los juegos fueran más divertidos que nunca.
Sin embargo, poco tiempo después, Ernesto se dio cuenta de que había olvidado hablar con Tomás sobre la comida. Cuando fue a buscarlo, lo encontró en la cocina de su casa, con una montaña de harina y chocolate.
"¡Tomás!" - gritó Ernesto. "¿Qué estás haciendo?"
"Estoy haciendo pasteles, pero no sé si llegarán a tiempo para el festival" - le dijo Tomás, frustrado.
"¡Te ayudo!" - dijo Ernesto. Y de repente, la cocina se convirtió en un caos. La harina volaba, la leche se derramaba y el chocolate estaba por todas partes. Ambos se reían mientras cocinaban, pero al final tuvieron que limpiar más que cocinar, y Tomás se dio cuenta de que no les quedaba mucho tiempo.
Juntos, decidieron pedir ayuda a los demás para completar la tarea. Clara y Ana llegaron enseguida.
"Chicos, ¿qué está pasando aquí?" - preguntó Ana, riendo al ver el desastre.
"¡Nos estamos preparando para el festival!" - respondió Ernesto, aun risueño.
"Y necesitamos su ayuda" - agregó Tomás, todavía con la cara cubierta de chocolate.
Con el esfuerzo de todos, lograron hacer una gran cantidad de deliciosos pasteles y galletitas. Era un gran avance. Finalmente, llegó el día del festival. El parque estaba lleno de banderines de colores y risas de niños. Cada estación representaba un juego diferente, con todos los niños corriendo de un lado a otro, disfrutando del festival.
Todo iba de maravilla hasta que Ernesto, decidido a hacer una gran sorpresa, planeó un gran juego de agua. Sin embargo, el plan salió un poco mal y terminó empapando a todos los niños, incluidos Clara y Tomás.
"¡Ernesto!" - gritaron juntos.
"Lo siento, ¡no era mi intención!" - dijo Ernesto, con una mezcla de risa y arrepentimiento.
"¡Pero estábamos a punto de comenzar a tocar música!" - le recordó Clara, mientras se secaba con una toalla.
Al ver a sus amigos tan desanimados, Ernesto se sintió mal nuevamente. Pero en lugar de dejar que eso arruinara su día, tuvo una idea brillante.
"¡Ya sé! ¿Y si hacemos una guerra de agua?" - propuso, mientras su rostro se iluminaba de emoción.
Los niños miraron a Ernesto con sorpresa, pero luego todos estallaron en risas y empezaron a correr, empapándose mutuamente y disfrutando sin parar.
Al final del día, todos se sintieron felices, aunque un poco mojados.
"Gracias, Ernesto. ¡Hiciste de este festival un día inolvidable!" - le dijo Clara, aún riendo.
"¿Ves? No todo es malo. Cada travesura también puede ser una oportunidad para divertirse" - dijo Ernesto, guiñándole un ojo.
Desde ese día, Ernesto aprendió a equilibrar sus travesuras con su gran corazón. El festival se convirtió en una tradición en el pueblo. Y aunque las bromas de Ernesto nunca pararon, todos los días eran especiales gracias a las enseñanzas que, entre risas, compartían juntos.
Y así, el niño revoltoso, con su espíritu amoroso, dejó huella en el corazón de sus amigos, mostrando que la amistad y la alegría se pueden encontrar incluso en las situaciones más inesperadas.
FIN.